Oblicuidad
Annie Ernaux ganó el premio Nobel en Formentor
La postración religiosa ante el Nobel de Literatura ha sido sustituida por la condena masiva a cada premiado flamante, aunque sin igualar el sarcasmo de Graham Greene al enterarse del último premiado español, «¿Cela es él o ella?». El alanceamiento este otoño de Annie Ernaux transcurre con crueldad superlativa, entre la sumisa grey que ejerce la insustancial crítica literaria. Y nada más lejos de mi intención que recomendar a una autora en la raíz de la plaga de autoficción que se ha abatido sobre nosotros.
Mi única lectura de Ernaux corresponde a su reciente Le jeune homme, y solo porque no llega a cincuenta páginas. El breve relato en primera persona, a cargo de un mujer madura enredada en amoríos con el hombre joven del título, será también mi último libro de la galardonada. Sin embargo, este superventas en Francia me ha permitido advertir los valores que han guiado al Nobel a su autora. Los académicos suecos a quienes Dios confunda salivan ante los autores profundamente personales. Bastan unos párrafos de la escritora francesa para comprobar que nadie va a escribir una historia como ella, pero que centenares de personas ociosas van a intentarlo. Maldita sea por ambas circunstancias.
La escritura desapasionada de Ernaux no ha logrado el Nobel desde la nada. Su recepción del más codiciado de los galardones literarios no solo tiene lugar después de ganar el Formentor, sino únicamente por haber obtenido el reconocimiento con título de geografía mallorquina rescatado este milenio. El conciliábulo de editores maquinado por el mismo Cela de antes en los sesenta se estrenó proclamando a dos ilustres desconocidos, que además compartían letra inicial, Borges y Beckett.
El argentino y el irlandés trascienden su poderosa identidad individual para delimitar la cultura universal desde un sano nihilismo. Borges ha recibido el reconocimiento unánime de escritor más importante del mundo que jamás recibió el Nobel por su mala cabeza ideológica, y siempre asoció su notoriedad repentina al Formentor, Beckett se limitó a no asistir a la ceremonia de diciembre en Estocolmo. En el caso de la autorretratista premiada este año, quienes seguimos el mundillo literario con la misma atención que LaLiga sabemos de su inexistencia antes del Formentor, virada en ubicuidad tras su señalamiento. Hasta Francia se rindió ante el influjo del premio español. Aclarada la autoría del Nobel, solo queda por saber si uno solo de sus críticos añadiría el estrambote de «me negaré por siempre a aceptar un premio que ha recaído en Ernaux». No tendremos tanta suerte.
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