Por bulerías cierra y se aleja Miguel Poveda. Con Tres puñales, convierte el escenario en un tablao de cante jondo, jaleado por el público. El reloj marca quince minutos pasada la medianoche. Hora con duende y "pelos como escarpias", se escucha en el claustro de Sant Domingo. El tablao, aunque estudiado, resulta fresco y sencillo; es el broche perfecto para una noche poco rutinaria (dentro de su estilo) y variada en géneros, los que transita el artista desde hace 20 años. Los tres puñales finales de Poveda, triunfales, son un espejo de cada una de las tres partes en que el cantaor ha jalonado el recital -celebrado el pasado jueves- en el Festival de Pollença. Tres puñales como resumen ideal y clímax de una noche que duró dos horas largas, sin descanso.

El primer puñal de voz, clavado a las 22 horas, lo carga el andaluz de poesía. Suena íntimo, pese a estar acompañado sobre las tablas por el guitarrista Juan Gómez ´Chicuelo´, el pianista Joan Albert Amargós y el percusionista Paquito González. Matizado y contenido canta a modo de introducción Para la libertad de Miguel Hernández y Soneto de la dulce queja de Lorca. Luego saluda, también en catalán, para narrarles a las 800 almas congregadas en el claustro que el concierto "es un muestrario de mis querencias musicales". Una autobiografía de melodías que quebrantan el espíritu. Sin prisas, desmenuza Donde pongo la vida pongo el fuego, de Ángel González, con la réplica de Esperanza León (de Écija). Un dúo puntual, en la dosis justa. Las dos últimas puntadas a la poesía las da Poveda con Desmayarse, atreverse de Lope de Vega y El poeta pide a su amor que le escriba, de Lorca. Canciones nuevas con las que trabaja actualmente y cuyo sonido regaló al patio de Sant Domingo. En esta primera parte, los fraseos de Poveda fueron como "mordiscos de azucena" y un calentamiento. Caricias ante la dentellada vocal que está a punto de tocar fibras. La segunda puñalada, el flamenco.

Poveda abandona las tablas y reaparece en la silla de cantaor. Cambio de camisa. Y se arranca por bulerías. Ahora sí, con el público entregado de antemano, volcado en el elogio hacia el artista: aplausos, bravos, vítores. Y eso que el de Barcelona aún está frío. En las costosas malagueñas se deja la piel y 800 almas se quedan sin aliento. Del esfuerzo, se le salta un botón del chaleco y bromea: "Voy a dejar de comer sobrasada de Mallorca, que reviento los botones". Y degusta A visitarte he venío,Virgencita de Araceli.

El mejor Poveda sale a la luz cuando se adentra en Triana. Homenajea los tangos del Titi: Pa que me tires la ropita a la calle como a un pícaro ladrón. Por primera vez parte los tercios para introducir un balanceo de cadera y braceos flamencos, con el cajón de Paquito González echando humo. El artista justifica su maravillosa efusividad: "La de Triana es una parte del flamenco que desapareció: se echaron abajo esos patios y esas casas donde estaban los gitanos. Morón, Lebrija, Cádiz, Utrera o Jerez siguen vivas en el flamenco. De Triana sólo quedan los documentos", lamentó.

El tercer puñal lo clava Poveda tirando de coplistas como Rafael de León, Quiroga o el maestro Solano, precedido de un solo al piano del gran Amargós. Y reaparece el de Barcelona con pajarita de crooner, con Vente tú conmigo y un popurrí muy popular. "La copla no es un género menor, es bello, hemos de estar orgullosos de nuestra cultura y mirarla sin prejuicios", asegura el mejor defensor del género en el país. "Si el genio Paco [de Lucía] ha hecho un disco llamado Canción andaluza es que eso es así", abunda. Despedirse con Y sin embargo te quiero y En el último minuto hubiese supuesto dejar el recital cojo. Una puñalada sin la profundidad esperada. Sin Camarón, no se puede contar ninguna historia del flamenco. Por eso Poveda lo prepara todo para La leyenda del tiempo. Antes de la despedida final, celebra sobre las tablas -con tarta incluida- el cumpleaños de su roadmanager. Fanfarria y un adiós con todo el patio de butacas en pie. Los bises están cantados. Con los Tres puñales descarga Miguel toda la adrenalina. Y regala a la retaguardia del claustro su presencia: Poveda baja del escenario y se dirige al fondo del patio para seguir cantando. Se desgarra, baila y al final suelta el micro: nunca se oyó tal voz rasgándose como un velo.