Como en Juan Marsé, las obras de Andrés Barba (Madrid, 1975) se inspiran en imágenes antes que en palabras. O por lo menos así ha sucedido en Muerte de un caballo, ganadora del XVIII Premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Porque precisamente lo que iluminó la escritura de esta historia –recién editada por Pre-Textos y la Fundación Bartolomé March– fue eso, "la imagen de un caballo agonizando, con todo lo majestuoso e inaprensible de ese animal. Era como una imagen fija de Antonioni en mi cabeza", detalla el escritor, que presentó ayer la novela en el Palau March. Una escena detenida en el tiempo que se combina con otra historia que fluye subterránea al accidente sufrido por la bestia. Una historia emocional conflictiva, abordada también por el autor en Las manos pequeñas o La hermana de Katia (finalista del Premio Herralde), que se concreta en "el relato del día en que dos personas se enamoran. De dos personas que ya se atraen de antes, pero se protegen, hasta que finalmente se sueltan". Y bien, ¿cómo consigue Barba conjugar estos dos elementos?

"Hay un juego de vasos comunicantes entre ambas cosas; lo que no quería es que en ningún momento la muerte del caballo fuera símbolo de nada", advierte. Si no es metáfora del deseo, como dice el escritor, sí se erige en el acontecimiento "que rompe una resistencia al amor que separa a los dos protagonistas, que al final se encuentran".

Pese a la negativa de Barba de verle un componente mitológico al animal, el escritor y articulista de este diario José Carlos Llop insiste en su vertiente mítica. Interpretación a la que termina sucumbiendo el madrileño. "En efecto, la muerte del caballo supone la aparición de algo sagrado que trae como consecuencia la desprotección de los protagonistas", añade.

La primera versión de la novela, Barba la terminó en una casa que sus padres poseen en Huelva. Allí mismo el texto iba a sufrir modificaciones tras la visita a un picadero donde trabajaba un primo suyo. "Casi no había visto caballos, y allí me di cuenta de que es una criatura difícil de describir. Es una mezcla de fuerza física y fragilidad, de nerviosismo y miedo. Si se les rompe una pata, se acabó; los sacrifican", apunta.

Mientras que a Llop, miembro del jurado del premio, que acaba de convocar un año más sus bases, le fascinó el uso del tiempo narrativo en la novela, a Miguel Borrás, editor de Pre-Textos, le atrajo la mirada epifánica del narrador, como si descubriera las cosas por primera vez.

Con los micros ya cerrados, pero aún frente a la prensa, Barba, quien creció como escritor en la legendaria Residencia de Estudiantes, opinó sobre otros autores de su propia generación, "una generación heterogénea, sin centro ni seguimiento claro. Quizá nuestra mejor virtud, porque así todos nos llevamos bien", señala. Asimismo, cree que "el patio está bien, no es muy desolador".

El autor, en la lista de los mejores narradores en español menores de 35 años elaborada el año pasado por la revista británica Granta, dice sentirse cerca de Marcos Giralt, que justamente ayer consiguió el II Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, de Luis Magrinyà o de Javier Montes, con quien publicó La ceremonia del porno, volumen que se alzó en 2007 con el Anagrama de Ensayo.

Pese a su juventud y los premios ya cosechados, Barba afirma no sentirse presionado. Pese a ser éste un país de galardones, él es un firme defensor de "aquellos que permiten a los noveles dar el salto". Sobre reconocimientos más gordos, como el Planeta, asegura: "Esas cosas es como hacer puenting, son inseguras para escritores jóvenes. No sé, es como ponerse a bailar con los lobos", concluye.