Afortunadamente, Biel Cerdà ya es historia en el Mallorca, aunque su intención sea la de morir matando. El pollencí ha roto el saco de la avaricia que le ha corroído por dentro con tal de que sus objetivos llegaran a buen puerto. Ha arrasado con todo, incluso con una amistad con Serra Ferrer fraguada durante muchos años con tal de conseguir lo único que le ha interesado desde su aterrizaje en el Mallorca, forrarse a costa del club, vivir, y muy bien por cierto, de la entidad, que dentro de dos años será centenaria.

El capítulo de despropósitos de Cerdà no caben en esta columna. Él es culpable por no haber sido leal a un proyecto conjunto con Serra y por creerse el rey del mambo con un raquítico cinco por ciento. Pero tampoco se escapa el vicepresidente, que ha cometido el mayor de los errores, colocar al que creía su amigo dentro del club y, lo que es peor, concederle enormes cuotas de poder que han acabado con Cladera y Coca, las otras dos personas que desembarcaron en su proyecto. Si Cerdà tuviera un mínimo de dignidad, que no la tiene, hoy ya no sería presidente del Mallorca.