Mateu Pol, vecino y empresario local, también recuerda perfectamente aquellas fechas en que el cielo pareció desplomarse sobre la cabeza de los consellers. Es el propietario de uno de los talleres de chapa para vehículos y esa noche se encontraba realizando un curso de perfeccionamiento en su oficio en la localidad catalana de Tarragona. Recuerda perfectamente aquellos momentos "de asombro, de susto y de muchos nervios". Haciendo memoria indica: "Me llamaron por teléfono y me dijeron, ven enseguida que tenemos colas de coches. Cuando llegué no me podía creer lo que estaba viendo". Lo más urgente fue cambiar cristales rotos o agrietados. "Era cierto que había verdaderas colas porque un coche con los cristales rotos, o sin faros y luces de piloto, no puede circular y había muchos vecinos que necesitaban su vehículo para ir a trabajar", indica. Ese fue el trabajo urgente, pero después tuvo unos cuatro meses de trabajo sin descanso: "Sobre todo se trató de cambiar luces, sacar los golpes de la chapa o poner la pieza nueva y pintar".