Desde hace unos meses, cualquier bunyolí que pase por la calle de Santa Catalina Tomàs no puede evitar asomarse y echar una ojeada a las tierras de l’Ametlar, situadas en pleno centro urbano del pueblo.

Tras más de una década de abandono, esta finca de cerca de una cuarterada distribuida en cuatro bancales, han sido cedida por su propietaria a un grupo de jóvenes para que la gestionen con una única condición: que la mantengan limpia y cuidada.

Margalida Balle Cruellas, de Son Terrassa, es a sus 97 años la “abuela de Bunyola” y la usufructuaria de este terreno. Actualmente reside en Son Sardina con un familiar. Hace unos meses recibió la visita de dos jóvenes del pueblo, Josep Maria Castell y Toni Amengual, que le explicaron su proyecto para recuperar una finca de Bunyola y crear un huerto comunitario. No lo dudó: “Pensé que su intención era buena y me pareció que no debía decir que no”, afirma.

Abandono

A veces también llamada Can Fil, por el malnom de su propietario, Jaume Nadal, Fil, el marido de Margalida Balle fallecido en 1977, l’Ametlar estaba abandonado desde hacia casi una década. Las zarzas y la hierba habían invadido toda la extensión de tal manera que los árboles frutales ya eran prácticamente invisibles y algunas partes de los bancales habían empezado a derrumbarse.

Margalida Balle había cuidado de la finca mientras la edad y las circunstancias se lo permitieron. Cuando tuvo que dejarlo, comenzó el abandono.

La idea inicial de los jóvenes era recuperar un terreno del pueblo para cederlo a personas que quisieran un huerto. Antes de pensar en l’Ametlar lo intentaron con otras tierras, aunque finalmente se decidieron por estas gracias a la buena predisposición de Margalida Balle y de la heredera de la finca. “Es un terreno privado en medio del pueblo que ha sido cedido para recuperarlo”, explica Josep Maria Castell, que también ve en el proyecto “la recuperación de un pedazo de la historia de Bunyola”. Y es que l’Ametlar fue hasta la década de 1970 una gran finca productora, con un inmenso huerto, árboles frutales y animales.

Todavía son muchos los bunyolins que lo recuerdan en todo su esplendor, con su jardín en la parte alta y su inmenso emparrado que recorría toda la extensión a través del camino de acceso y de los bancales. “Prácticamente se podía recorrer toda la finca por debajo del emparrado”, explica Margalida Balle, quien también recuerda la admiración que producía l’Ametlar en quienes lo visitaban: “¡Esto no es un huerto, es un jardín!”, recuerda que le decían.

L’Ametlar conserva numerosos elementos que convierten a esta finca en un símbolo del pasado agrícola de Bunyola, como un complejo sistema hidráulico con la acequia de la font de la Vila para llenar el gran safareig de la finca y distribuir el agua a los bancales. Al lado de la acequia también se conserva una antigua pila que era utilizada por los vecinos de la zona antes de la instalación del agua corriente.

Durante la limpieza de la finca también ha aparecido una piedra reutilizada -podría ser parte de una antigua lápida- con la inscripción de los apellidos Muntaner y Borràs, lo que da testimonio de la vinculación de estas tierras con la familia Muntaner dels Cocons, entre cuyos miembros se cuenta Miquel Villalonga Muntaner, el General Villalonga (Bunyola, 1850-Palma, 1923), padre de los escritores Llorenç y Miquel Villalonga.

Al otro lado de la calle de Santa Catalina Tomàs, delante de l’Ametlar, está la Posada dels Cocons, cuya propiedad está ligada también a la familia Nadal, con la que los Muntaner dels Cocons habían emparentado. En 1949 Margalida Balle y su marido Jaume Nadal se instalaron en la Posada y empezaron a cuidar l’Ametlar.

En la actualidad, la Posada ha pasado a los herederos de Jaume Nadal, que hace unos meses iniciaron también la reforma de la casa.

Tras varios meses de limpieza, l’Ametlar ya ha recuperado en parte su uso agrícola. Un total de 17 familias disponen de un espacio para sembrar o tener animales y uno de los bancales de la finca ya está ocupado en su totalidad. Todo se ha hecho sin contar todavía con contador de agua corriente, por lo que deben regar con agua que traen en garrafas.

Durante la limpieza de la finca, vendieron las ramas y los troncos a una empresa que fabrica biomasa. Con lo que sacaron quieren pagar la instalación del contador de agua, que ya han solicitado al Ayuntamiento. Los que dispongan de huerto o tengan aves de corral en él, pagarán una tasa por el consumo.

Pero el trabajo en l’Ametlar aún no ha finalizado. Ahora se proponen arreglar los trozos de bancales caídos y el gran safareig de la finca. Josep Maria Castell y Toni Amengual recuerdan que todo el que quiera un trozo de tierra, solo tiene que solicitarlo. Se lo concederán con la única condición de que contribuya al mantenimiento general de la finca.

Con la llegada del buen tiempo, cada día decenas de personas de todas las edades trabajan o visitan el recuperado Ametlar, que los promotores también quieren que pueda utilizarse para realizar otras actividades sociales o culturales.

“No me gustaba que el pueblo lo viese así como estaba. Por eso se lo dejé, para que estuviera arreglado. Me gusta que lo gestionen estos jóvenes”, reflexiona Margalida Balle. Su postura la ejemplifica con un frase hecha: “Los talladors de pins decían: ‘Una teva i una meva’. Yo creo que hago un bien para los que quieren hacer lo que quieren hacer en l’Ametlar y otro bien al pueblo, porque a partir de ahora verá la finca bien arreglada”.