En épocas de cambios de tiempo como ésta, a veces sientes los dolores de antiguas heridas. Un golpe del verano, que habías olvidado. Y de repente, en el mismo sitio se produce una sensación sorda. Como el peso de un objeto inexistente. Tardas en identificarlo, pero luego compruebas que se corresponde con la antigua cicatriz.

Ya se sabe que las mudanzas meteorológicas despiertas viejas heridas, golpes, operaciones, fracturas. Incluso la gente que ha tenido que ser amputada de un miembro, lo siente fantasmáticamente durante un tiempo. Como si estuviese allí. Invisible. Presente y activo pese a haber desaparecido.

Eso obedece a una especie de memoria oculta del cuerpo. Que más allá del cerebro, conserva el recuerdo de ciertos hechos físicos. Y a veces reacciona con intensidad pese a que ya no estén allí. Sólo como una reacción determinada.

Habría que aplicar ese principio de la memoria oculta también a los hechos sociales. Con cuanta rapidez se dan por concluidos ciertos episodios históricos. Superados por nuevas épocas o movimientos. Pero las masas sociales, igual que los órganos dañados en el pasado, conservan la huella de aquellos desastres. Y en ciertos momentos, cuando menos se espera, surgen todavía sucesos, conflictos, colapsos de fondo que se creían olvidados.

Del mismo modo que el dolor de rodilla vuelve una y otra vez al golpe en las rocas. De igual manera, los enfrentamientos sociales se reproducen de acuerdo a una malévola ley de la repetición. Son avisos de que el paso del tiempo a veces no es lineal, sino circular. Cíclico.

Qué bien harían las sociedades en tomar buena nota de sus dolores antiguos de rodilla. Cuando se anuncia un cambio de tiempo.