Cuando el alcalde Mateo Isern afirma que "la realidad se impone", quiere también despersonalizar las políticas municipales que poseen un efecto negativo, sacudirse la responsabilidad, aunque sea dialécticamente.

Cort se ve obligado cada dos por tres a tomar un camino distinto al proyectado, a adoptar una decisión no prevista o a aprobar un medida de urgencia con la que no contaba en un principio. Es el signo de esta legislatura. No queda otra. Pero es muy posible que el alcalde desee también denunciar que antes de la crisis los políticos gobernaban al margen de esa realidad ahora omnipresente en la agenda política que tanto oprime su gestión. Y también subrayar que la situación de casi quiebra de las instituciones públicas obliga en este momento a hacer de la necesidad virtud, a gestionar la escasez de recursos con el rigor que entonces faltaba y, desgraciadamente, a exprimir las fuentes de financiación hasta agotar la paciencia y el aguante del ciudadano. Isern deseaba renovar la forma de hacer política. Pero hay poco que renovar cuando la única opción es administrar la ciudad renunciando a todos sus grandes proyectos.

La realidad se impone un día en forma de catastrazo, cuando el mercado inmobiliario está en recesión, y al día siguiente se convierte en un aumento de tasas municipales. La realidad detiene sin fecha las obras del Palacio de Congresos y tapía sus accesos del mismo modo que un mes antes selló la primera planta del edificio de Gesa. Es la renuncia casi definitiva a todo el proyecto de la fachada marítima, que no sólo frustra unas opciones de futuro para la ciudad, sino que hipoteca la imagen de su entrada principal y su visión desde el mar. En este panorama de renuncias cada vez mayores, la finalización de las obras del polideportivo de Son Moix se convierte en el único dulce en el horizonte del alcalde. Con el permiso de la realidad.