"Cada vez vienen más familias que, sin haberlo necesitado nunca, de repente se ven en la obligación de tener que recibir alimentos de los servicios sociales pues no se los pueden pagar. Lo viven muy mal, porque no están acostumbrados a pedir y porque hay gente que ni siquiera sabía que esto existía", asegura Ana Font, coordinadora del Área Social del Patronato Obrero, una de las 23 entidades –diez de ellas asociaciones de vecinos– que colaboran con el programa municipal Aliments en xarxa, puesto en marcha por Cort hace seis meses para garantizar alimentos de primera necesidad a los más desfavorecidos.

Cada miércoles, un camión lleva los alimentos hasta la sede de todas las entidades colaboradoras. DIARIO de MALLORCA acompañó esta semana a un ejército de 18 imbatibles voluntarias del Patronato Obrero, coordinadas por Amelia Garau. Desde muy temprano, se encargan de abrir las cajas de alimentos que dejó el camión para preparar las canastas que luego repartirán entre las personas derivadas de los servicios sociales de Cort. Todas son abuelas y se conocen desde hace más de diez años, ya que también son voluntarias de la ONG Intermón Oxfam. Por eso, al verlas trabajar, dan la sensación de estar en una cadena de montaje, donde cada una tiene una tarea que cumple a rajatabla.

"Uno cree que esto nunca le va a pasar, pero cada vez vienen más familias cuyos componentes tenían trabajo hasta hace muy poco y que, luego de liquidar las prestaciones del paro o las ayudas, se encuentran con que no tienen dinero para comprar comida. Aquí la crisis se nota y mucho, pues viene todo tipo de gente", asegura Amelia mientras no para de hacer cosas. Entre ellas, darle el potito a su nieta, a quien cuida regularmente: "Mi hija tuvo que irse de viaje, pero yo no puedo dejar de venir, porque para ser voluntaria hay que tener un profundo sentido del compromiso. Todas somos abuelas, así que imagínate que no pudiéramos venir cada vez que tuviéramos a un nieto a nuestro cargo...", explica esta incombustible "veterana de guerra", tal como le gusta definirse.

Mientras tanto, afuera se va formando una cola que más bien parece un mosaico de personas de diversas condiciones sociales y nacionalidades. Es fácil detectar a quienes se valen de este servicio desde hace muy poco tiempo; no sólo porque no tienen el perfil habitual de posibles excluidos sociales, sino también, porque intentan no hablar con nadie y pasar lo más desapercibidos posible.

"Nunca me imaginé pidiendo comida, me siento avergonzada de tener que estar aquí, porque me da mucho reparo, pero cuando llegas al límite haces lo que sea para que a tus hijos no les falta comida", asegura Susana [nombre ficticio], una mujer que no llega a los 40 años y que, pese al mal momento que está pasando, luce un aspecto muy cuidado. "Soy separada y, cuando me quise dar cuenta, apenas me llegaba para pagar el alquiler. El día que en el Ayuntamiento me dijeron que podía acceder a estos alimentos sentí que exageraban y que la cosa no iba conmigo. Pero, cuando reaccioné, dejé el orgullo de lado y acepté venir aquí cada dos semanas, pues en este momento yo no puedo pagar una canasta de alimentos equilibrada como la que nos dan aquí", explica.

Dentro, las voluntarias no sólo se encargan de repartir las canastas cuya preparación ha estado a cargo de la coordinadora general, Inmaculada Barcale, sino también de escuchar: "Intentamos acercarnos un poco a sus vidas, mantener un contacto humano dentro de nuestras posibilidades y escucharles cuando se quejan de que la comida no les alcanza, por ejemplo. Además, intentamos negociar cuando nos piden cambios porque a veces tienen razón. ¿Para qué una familia musulmana se va a llevar un paté de cerdo que no puede comer?", reflexiona Amelia, quien, cuando se le pregunta por qué trabajan como voluntarias, responde sin pensar: "Porque nos gusta ayudar a los demás". Más tarde la presidenta del Patronato, Catalina Serra, explicará que "en casos excepcionalmente puntuales y por una cuestión de sensibilidad" intentan llevar los alimentos a algunos domicilios, "porque hay gente que no quiere llegar al extremo de venir aquí".

Juan [nombre ficticio] no quería, pero no le quedó otra opción: "Hace un año que estoy en el paro y, para colmo, el Ibavi no me da el dinero de la subvención del alquiler de mi piso desde hace seis meses. Tengo dos hijas en custodia, y cada vez que tengo que venir siento que vivo una situación irreal, un mal sueño. Siento mucha frustración, pero dar de comer a mis hijas es mi prioridad".