El tono que expresa el sentir de miles de aficionados mallorquinistas estos días es de tristeza, además de una muy justificada indignación. Tristeza, porque el descenso al pozo negro de la Segunda B, una categoría no profesional, culmina una larga decadencia que se inició -primero en lo económico y después en lo futbolístico- hace ya más de un lustro; e indignación, porque el desastre no deja de ser la consecuencia de una mala planificación deportiva, temporada tras temporada, para la que no valen excusas de ningún tipo. Tras una prolongada serie de años dorados en la división de honor del fútbol nacional, que condujo al RCD Mallorca a participar en una final europea, a jugar la Champions y a ganar una Copa del Rey, la dramática bajada a Segunda A hace cuatro temporadas aceleró el declive del conjunto isleño de un modo impensable para un equipo que, en tiempos de Héctor Cúper y de Luis Aragonés, se batía con las mejores escuadras del país. Los nombres de algunos jugadores mallorquinistas de aquellos años se conservan en el panteón de la memoria de los aficionados bermellones: Carlos "Lechuga" Roa, Samuel Eto´o, Albert Luque, Jovan Stánkovic, Pepe Gálvez, Miquel Àngel Nadal, el Chichi Soler, Vicente Engonga o Ariel "Caño" Ibagaza, por mencionar sólo a unos cuantos. Y si hoy lloramos la bajada a los infiernos del Real Mallorca, es precisamente porque hemos conocido y celebrado sus hazañas y sus días de gloria en el pasado: de hecho, nunca antes en la historia de la liga española un equipo que hubiera logrado jugar en la Champions había descendido a Segunda B.

La debacle mallorquinista no admite excusas, sino que exige responsabilidades. No cabe duda de que la plantilla no ha estado a la altura de las circunstancias y que algunas de sus patentes limitaciones -como la falta de gol en la delantera- son determinantes para explicar el descenso de categoría. Quizás la selección de entrenadores y su trabajo no hayan sido los más adecuados, pero al final la carga definitiva de la responsabilidad recae en quienes han estado al frente del diseño y la planificación de un equipo que, inicialmente, competía para el ascenso. El consejero delegado del club, Maheta Molango, y el director deportivo, Javier Recio, deben asumir culpas por un fracaso deportivo que ha conducido al Real Mallorca a la irrelevancia futbolística y que lo condena a jugar en una categoría que no se ajusta al pasado de una formación con más de cien años de historia. Las decepcionantes palabras de Molango, anunciando que el objetivo de la próxima temporada no será ascender, sino competir, sólo han servido para encender aún más la exasperación de los aficionados.

Desde las redes sociales, uno de los referentes históricos del mallorquinismo, el entrenador Héctor Cúper, ha reclamado unidad para afrontar un futuro que se antoja difícil. El compromiso económico del grupo inversor de Robert Sarver debe servir para garantizar la supervivencia de un club que se enfrenta en noviembre al pago de 9 millones de euros, con unas estructuras sobredimensionadas para la Segunda B y que va a ver cómo sus ingresos caen en picado la próxima temporada. Pero, junto a lo económico, el futuro del RCD Mallorca pasa por reconstruirse en lo deportivo desde abajo para volver a militar en el fútbol profesional, sin repetir los dolorosos errores de estas últimas temporadas.