Ya se está convirtiendo en algo normal, casi cotidiano; los ataques, atentados, masacres, asesinatos en masa o como quieran ustedes llamarles, llevados a cabo en las calles de la vieja Europa, y casi siempre indefectiblemente por personas que tienen entre si un determinado y religioso común denominador, se dan con demasiada cotidianidad, casi con una regularidad tal que, de no ser tomadas efectivas de solución al problema, se convertirá en costumbre con la que nos veremos obligados todos a convivir en años por venir. Y la realidad que se nos presenta es muy sencilla, todos, todos, somos posibles objetivos de este nuevo terrorismo cuyo único objeto es matar. El instrumento es lo de menos, bien sea arma de fuego, explosivo, arma de filo o cualquier otra, la intención, la misión es siempre la misma: llevarse por delante, acompañado del correspondiente grito con referencia a la grandeza del creador de matarife, el máximo número de personas posible.

Ahora, parece ser novedoso el método del atropello para conseguir exactamente los mismo, el padecimiento y la muerte de personas, que deambulan por calles y plazas de nuestras ciudades europeas. Sin embargo ese es un método que ya ha utilizado el terrorismo con profusión, pero curiosamente antes de que ese método se llevara por delante a las vidas de ciudadanos europeos ese misma manera de asesinar, tenía una distinta visión en esta misma Europa; ciertamente se ve la gravedad de una acción de forma mucho más efectiva cuando los afectados son de "los nuestros", cuando los que mueren y padecen son otros, esas muertes, esos padecimientos se ven ya no solo de forma mucho más suave, sino que además se tiene para con los perpetradores un cierto grado de comprensión justificativa, hasta el punto de que en ocasiones se llega a culpar a la propia víctima de su propio destino.

Ese es un fenómeno, eso de conceder distinto grado de reprobación a las acciones de unos contra otros, en función de quienes son unos y otros y no, como sería deseable, en cuanto a la acción en si misma considerada; un crimen, un asesinato, debiera ser siempre reprobado por todas las personas civilizadas, sin más, sin añadidos, sin pseudojustificaciones. En España sufrimos durante años, la indiferencia de países, de lo que ahora se denomina "nuestro entorno", en el tema del terrorismo etarra que se veía con benevolencia, sin llegar a entender que cuando alguien muere asesinado por un terrorista la nacionalidad o procedencia de aquel o de su víctima no es base justificativa de esa muerte, es así de sencillo. Seguro que los belgas o los franceses, hubieran visto el fenómeno terrorista en la España postfranquista de forma distinta, si aquellos atentados de aquí en aquellos años, se hubieran solapado con los atentados de Niza, París, Bruselas, etc., de estos últimos tiempos.

Pero el método del atropello no tiene nada de novedoso, pues es sencillo, fácil, de escasa de necesidad de medios difíciles de encontrar y por demás ha sido probado con profusión en otras áreas geográficas no lejanas a las europeas, curiosamente cuando aquello sucedía en aquellos otros lugares, aquí en Europa, aquí en España, tales hechos, sus víctimas, sus perpetradores se calificaban de mil formas y maneras distintas pero siempre distintas y distantes de los calificativos que "ahora" podemos observar para los mismos hechos, estos sí ocurridos en nuestras calles, con nuestras gentes como asesinados; en aquellos casos se huía casi con temor reverencial de utilizar la palabra terrorista para definir la acción, y se prefería aquello tanto sutil como "atropello deliberado", claro que entonces los muertos, los atacados, los atropellados deliberadamente eran otros.

Un primer ministro del país en el cual se ensayo primero el sistema de "atropellos deliberados", en calles, plazas y paradas de autobús, conocidos los ocurridos en Europa como "atentados islamistas", parece que le dijo a un mandamás europeo que lo que pasaba en su país entonces, algún día pasaría en las calles del país del dicho mandamás europeo; bueno pues ya está pasando. Pero ya es tarde para tratar hechos iguales con la misma aversión, con la misma condena, ya llegamos tarde en darnos cuenta como dijo el pastor Martín Niemöller ("cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas guarde silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guarde silencio porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a por los sindicalistas no proteste porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos no pronuncie palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí no había nadie más que pudiera protestar") que ahora vienen a por nosotros cuando nada hicimos cuando se iba a por otros.

Algún día nos daremos cuenta de que un mal no es mejor porque quien lo sufra nos caiga mal o sea objeto de nuestro desprecio o de nuestro odio.

*Abogado