No sabes bien la satisfacción con que escribo estas líneas tratándose de un amigo sacerdote como tú, porque aunque nos veamos de tarde en tarde, siempre te he considerado un hombre con lo que hay que tener en el ámbito civil y eclesial. No finges. Vas con la verdad por delante. Y si te buscas algún lío por esa verdad, eres capaz de aguantar el chaparrón con espíritu evangélico, que es el que en nuestro caso resulta privilegiado. El que trabajemos como periodistas en rotativos diferentes, y en ocasiones enfrentados, para nada ha impedido jamás mantener una relación estrecha y además respetuosa, que en Mallorca en ocasiones es lo más difícil: respetar al otro como portador de derechos humanos inalienables, y además como hijo del mismo Dios que uno mismo en nuestro caso. Así pues, repito mi satisfacción por tener la oportunidad de dirigirme a ti tras el torrente impetuoso que durante meses te ha pasado por encima€ Sí, satisfacción. Y una serie de reflexiones que considero de alto calado civil y eclesial.

Los clérigos, seculares y religiosos, tendemos a saltarnos la dimensión civil de nuestras acciones. Como si el Espíritu Santo cubriera con el manto de su infinitud carismática cualquier desmán cometido: "ya hablará la Iglesia", es frecuente escuchar de muchos de nosotros. Pero se trata de un tremendo error para quienes aceptamos la democracia institucional, cuya cúpula está en manos de los jueces, garantes del respeto a la ley de todos los ciudadanos, incluidos los clérigos. Por muy clérigos que seamos, nunca dejamos de ser ciudadanos de la ciudad secular, sometidos al imperio de la ley y lógicamente dispuestos a cargar con todas las consecuencias. En cristiano, puede que quien la hace no la pague por razones evangélicas, pero en la ciudad secular deberíamos acostumbrarnos a todo lo contrario, a que quien la hace la paga según lo estipulado por la legislación vigente. Todos iguales ante la Ley. Sin estría alguna.

Pero es que en el campo eclesial, sobre todo desde el Vaticano II, todavía por implementar en su mayor parte como ha reconocido el mismo papa Francisco, y todavía más desde la implantación de la "tolerancia cero" en materias relacionadas con el abuso a menores, por obra y gracia del relevante Benedicto XVI, desde estos dos momentos eclesiales, también se ha estrechado el cerco eclesial en ésta y otras materias relacionadas con ella, para que nada escape a tan tremendo delito y pecado. Y deduzco que si hay "tolerancia cero" para quien conculca toda esta legislación eclesial, también debe de haberla para quien en tan delicada materia miente, calumnia y levanta falso testimonio. Con tal persona, laico o clérigo, la misma "tolerancia cero", porque se ha cubierto el honor, el ministerio, la vida sin tacha, y esa terrible opinión pública tan fácil de manipular, de una pátina de condena y hasta de repudio.

Un sacerdote acusado de tal vileza, tiene la obligación y el derecho de defenderse con todas sus fuerzas del encanallamiento soportado, dejando de lado una falsa caridad fraterna, que además el verdugo nunca instruyó respecto de la víctima. En estas cuestiones, lo mismo que ya escribí antes: tolerancia cero para el acusado que resulta culpable y tolerancia cero para el acusador que ha mentido, calumniado y levantado una ola de maledicencia en la sociedad respecto del inocente. Al respecto no tengo la menor duda, porque de lo contrario, y una vez más, las víctimas sufren en todo momento y los verdugos se van de rositas, incluso arguyendo que la justicia se equivocó. El colmo de la impiedad eclesial. Tenlo por seguro, mi querido Alfredo: las cosas son así o al menos deberían ser así. Siendo, en nuestro caso, tú la víctima de un verdugo implacable. Dios sabrá por qué.

Por si algún lector me recuerda la agresión que ejercitaste públicamente contra tu denunciador, por supuesto que te la censuro, y tú mismo has pedido, también públicamente, perdón al agredido. Porque se necesita falta de comprensión de las pasiones humanas para no comprender hasta qué punto la desazón y hasta la ira llegan a dominar a quien está bajo la lupa de la justicia por obra y gracia de un falsario. Te conozco, sé que el dolor te pudo, pero este detalle para nada quita la relación entre víctima y verdugo establecida por el otro y nunca por ti. Nunca deberíamos perder de vista el conjunto de la realidad para explicarnos sus detalles, en lugar de perdernos en cuestiones secundarias que no afectan al núcleo de la cuestión. Una bofetada nunca estará a la misma altura moral de una calumnia. Opinar lo contrario es un maldito cinismo. No pierdas el tiempo en este asunto, nunca.

Lo importante es que eres un ciudadano y sacerdote inocente. Lo demás son carreteras secundarias que, además, no te afectan a ti antes bien al calumniador, entre otras su conciencia, que supongo golpeada por el sentimiento de culpa a estas alturas. Y espero que, en algún momento, sea capaz de pedirte perdón, como ciudadano y sacerdote, para zanjar del todo esta delicadísima cuestión. Aunque públicamente hayan sido pocas las palabras de felicitación y esperanza. Entre las que destaco, según me cuentan, las que pronunció el párroco de San Miguel en su momento. Un sacerdote lo primero que tiene que ser es un hombre con pantalones, capaz de dar la cara por aquellos que respeta y en cuya honorabilidad cree sin lugar a dudas.

Me gustaría concelebrar pronto la Eucaristía contigo y acabar cenando juntos, donde se nos viera, porque nada tienes que ocultar. Como te decía al comienzo, me llena de satisfacción poder escribir estas letras. Estate alegre. Porque se te ha visto digno de soportar la cruz de Cristo y debes de gozar ahora de su Resurrección. Así lo creemos los cristianos y seguro que muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Abrazos, tu siempre amigo y hermano.