El diagnóstico es la enfermedad mas extendida. Yo soy bipolar, yo soy diabético, yo soy esquizofrénico, yo soy hipertenso, etc. Resulta sorprendente que utilicemos coloquialmente esta afirmación sin dudarlo en ningún momento. Confundimos ser con estar. Erramos la atribución. Nuestro propio lenguaje crea configura nuestra enfermedad y nuestra actitud hacia ella.

El médico debe de hacer ineludiblemente, más después que el paciente haya consultado con el doctor Google y haya participado en un foro virtual de enfermos, un juicio diagnóstico, pronóstico y finalmente deberá tomar decisiones prudentes en cuanto al tratamiento. Hay una máxima que siempre respeta; no hay enfermedades hay enfermos, que viven en un contexto psicosocial determinado.

Un paciente está sentado frente a mi en el consultorio: "Tengo que comunicarle que usted padece la ´enfermedad de Mascaró Rodríguez´". Me mira, está perplejo. "¿Y eso es muy grave, doctor?". "Todavía no lo sabemos, ´señor Mascaró Rodríguez´, pero lo averiguaremos juntos".

El diagnóstico médico no consiste en la aplicación automática del conocimiento científico a las personas. La medicina no es una ciencia, sino una disciplina humana sustentada en el vínculo y mediada por la comunicación. Actualmente la adherencia terapéutica sigue siendo manifiestamente mejorable, sobre todo en las enfermedades crónicas.

En un área en la que existe, o se están desarrollando rápidamente terapias eficaces, es realmente descorazonador comprobar que la mitad de los pacientes a los que se prescribe una terapia adecuada, no logren beneficiarse totalmente de esta debido a una inadecuada adhesión terapéutica.

El paciente construye, al igual que su vida, su propio tratamiento. Por supuesto que hay que prevenir pero "desmitifiquemos": la prevención no es gratuita y conlleva daños colaterales que no hay que minimizar y que hay que intentar reducir al máximo. La ley de autonomía del paciente obliga al facultativo a respetar los valores del paciente con respecto a las decisiones que este debe de tomar.

El médico acompaña y participa en la corresponsabilidad de las estrategias terapéuticas. No hay enfermedades crónicas, hay enfermos crónicos que precisan tratamientos crónicos. Y no son clónicos. La estrategia es crear pacientes crónicos resilientes. ¿Y qué es la resiliencia? La resiliencia es un llamado a centrarse en cada individuo como alguien único, es enfatizar las potencialidades y los recursos personales que permiten enfrentar situaciones adversas y salir fortalecido, a pesar de estar expuesto a factores de riesgo.

Para eso necesitamos que el paciente construya y diseñe junto con nosotros, de manera corresponsable, su tratamiento así como su adherencia al mismo. Muchas personas se quejan de que la medicina no logra curar sus enfermedades, principalmente en casos de enfermos crónicos. Esto se debe a que muchas veces se deja de lado una parte muy importante de la enfermedad: los aspectos psicológicos, emocionales y sociales que están influyendo tanto en la etiología de la enfermedad como en su mantenimiento a lo largo del tiempo.

La intervención psicológica en el comportamiento del paciente con una enfermedad crónica, a nivel cognitivo, emocional, conductual, social y espiritual, contribuye para un mejor afrontamiento de la enfermedad por parte del paciente, permitiendo una readaptación rápida, con la finalidad de volver a una nueva faceta de vida igualmente satisfactoria, con la máxima calidad de vida que el curso de la enfermedad lo permita.

En salud mental, donde la prevención primaria esta todavía en pañales, ya que no podemos tratar la vulnerabilidad genético-biológica, el énfasis está puesto en intentar controlar los riesgos evitables. La prevención secundaria (detección precoz y tratamiento), terciaria (rehabilitación, reinserción y desestigmatización) y cuaternaria (evitar la iatrogénia sobre todo psicofarmacológica), son por ahora las metas realistas. Objetivo: "que el enfermo siga siendo crónico", que siga viviendo lo mejor posible y por lo tanto reducir las muertes por suicidio, por síndrome metabólico, por trastornos cardiovasculares, abuso de tóxicos, tabaco y mal control de enfermedades crónicas comórbidas.

Hay que crear crónicos resilientes. Todos los enfermos son personas singulares, con un contexto determinado que afrontan una dolorosa travesía personal y más si padecen una enfermedad mental. La enfermedad mental soporta desde hace mucho tiempo una injusta sobrecarga. El sufrimiento personal y familiar se multiplica por el rechazo, la discriminación negativa, la estigmatización social, el señalamiento mediático y la lacra de la auto estigmatización.

A esto hay que añadir el escaso apoyo institucional en cuanto a crear una plataforma de equidad y de igualdad de oportunidades que permita la auténtica integración social y laboral. Cuanto duele ver la soledad de los pacientes y sus familias. En la vida no elegimos muchas cosas esenciales: todos jugamos a la lotería genética, nadie elige el techo que nos cobija cuándo nacemos y dónde nos criamos y ni la familia que nos quiere o no y que nos cuida o no en la infancia.

Qué estupidez fardar de lo que no hemos elegido. Existe una condición que nos iguala a todos: la humana. Nadie meará colonia, sudará Chanel Five y todos tendremos fecha de caducidad. Cuánto les molesta a algunos esta igualdad, esta similitud. Qué mal toleramos y cuánto nos separan las semejanzas. La vida no es como un supermercado en el que uno elige lo que va a consumir y tener. La enfermedad nos elige a nosotros. Una cosa es ser sano y otra estar sano.

En el fondo, la enfermedad siempre comporta una intrínseca soledad aliviada y reconfortada por un buen acompañamiento. La enfermedad constituye un enigma, no hay respuesta para muchos interrogantes y el silencio está ahí acechante. Cuando enfermamos todo se cuestiona y nos asalta la incertidumbre que se adueña de nuestra escala de valores. Una oleada de pensamientos irrumpe en nuestra conciencia. ¿Cómo me he puesto enfermo? ¿Estoy construyendo mi vida de forma equivocada?

La irrelevancia y la insignificancia de muchos asuntos que obsesivamente nos han ocupado y preocupado quedan retratados con gran luminosidad. Chequeamos sobre todo nuestros afectos. Emerge lo cotidiano y la urdimbre de los pequeños contactos. Otras veces predomina la atrofia, la anestesia afectiva y el llanto, que no es homeostático ni nos libera.

La calidad y la calidez asistencial se fundamentan en el conocimiento y en el corazón humano. El lenguaje es universal. Se crea un espacio donde la mirada y el gesto anulan la palabra. Nadie somos culpables de estar enfermos pero todos somos corresponsables en combatir nuestra enfermedad. No viviremos para siempre ni tendremos tiempo de hacer casi nada de lo que queramos antes de morir y es una ilusión intentar controlar todo.

Como decía el filósofo Michael Zimmermann, "confrontarse con nuestra propia finitud nos permite romper con las opresivas ataduras con el pasado y nos libera para el futuro". Ah, y no olviden: aún, aquí y ahora que estamos en derrota, pero nunca en doma.