Igual que Hiroshima es el punto de identificación de una de las devastaciones del siglo XX, William S. Burroughs (anteayer fue su centenario) podría personificar otra de efectos no menos letales, como superviviente que ha regresado del infierno y podido contarlo. Lo más relevante: "No hay Santo Grial", como escribió en su diario. O sea, las sustancias tal vez ayuden a uno a pasar al otro lado, pero el otro lado acaba siendo una covacha inmunda, una réplica sórdida de éste. Sin embargo, William tampoco quiso mostrarse arrepentido. Siguió coleccionado transgresiones, y murió de puro viejo, rodeado del amor de sus gatitos. Aunque este inmenso escritor quizá no fuera una buena persona, su dignidad humana y el respeto a lo que había sido su propia vida le impedían lamentarse, y su nihilismo no le dejaba redimir a nadie. Eso es lo que hace más creíble su desolador testimonio sobre la droga.