Miquel Roca daba hace días por fenecido el espíritu que hizo posible la Constitución y no ve hoy posible un amplio consenso. Sin embargo, aquel espíritu, que se festeja en tiempo pasado, no surgió tanto de la magnanimidad de los interlocutores como de un pacto entre fuerzas que se temían lo bastante como para ceder una parte de sus pretensiones a cambio de obtener otra parte. La idealización del pasado es una tentación irresistible, pero los que han vivido la Transición, si hurgan en su memoria, darán en seguida con el miedo enterrado en ella, el de unos, a la revolución, al separatismo y al desquite tras décadas de represión, y el de otros, a una involución que provocará su regreso. Lo que ahora se echa en falta no es aquel espíritu, sino otro, el de la civilidad y la tolerancia que haga innecesario, para una nueva fusión de materiales, que suba previamente la temperatura.