Aquel niño de los años setenta tenía entre sus héroes a los bomberos: valientes guerreros urbanos que lo mismo se jugaban la vida luchando contra un voraz incendio, que escalaban para rescatar a un gato que inconscientemente se hubiera encaramado hasta las ramas más altas y frágiles de un árbol. Esas últimas historias (reales) sobre rescates de animales las leía en revistas extranjeras, como el Selecciones del Reader´s Digest, que coleccionaba su tío abuelo. Y ocurrían en lugares como Estados Unidos, donde nos llevaban considerable ventaja en sensibilidad y protección animal. Hace unos días aquel niño „con algunos años más„ paseaba con su esposa e hijas por la calle Miguel de los Santos Oliver de Palma, cuando oyó un lastimero llanto felino procedente de las alturas. Lo vio enseguida. El minino había escalado de forma casi imposible hasta la punta de una delgada ramita de árbol, a casi diez metros del suelo. Allí, con aspecto agotado, se bamboleaba de un lado a otro, merced al gélido viento invernal. El hombre sacó su móvil, y la conversación fue más o menos así:

Voz femenina: -"¿Tiene algún problema?"-. Ciudadano preocupado: -"No, verá, es que acabo de ver un gato a mucha altura en un árbol de la calle Miguel de los Santos Oliver. Parece cansado y asustado. He pensado que si disponen de efectivos que ahora mismo no estén ocupados en algo más importante, quizá podrían venir con una escalera y rescatarlo. Si tardan, no se preocupen. Puedo esperarles aquí"-. (Silencio sepulcral).

Voz femenina aburrida: -"¿El gato es suyo?"-. Ciudadano desconcertado: -"No, como le decía, acabo de verlo, yo estaba paseando por la acera, y el gato está en el árbol, muy arriba, y no puede bajar"-.

Voz femenina algo molesta: -"Pero, vamos a ver, ¿de quién es el gato?"-. Ciudadano bastante serio: -"Oiga, mire, el gato no sé de quién es; a lo mejor es ´de sí mismo´, ¿comprende? Hay gatos que viven libres, hay incluso colonias urbanas de gatos registradas en el Ayuntamiento"-.

Voz femenina tajante: -"Pues que sepa que si quiere que los bomberos vayan a rescatar al gato tendrá que pagar una tasa de 500 euros"-. Ciudadano perplejo: -"¿Cómo ha dicho? Oiga ¿una tasa? El gato podría acabar cayendo por agotamiento y morir atropellado en la calzada, ¿y yo tengo que pagar una tasa por avisarles? ¿Y dice que 500 euros? Pero si es un gato; ¿cuánto me cobrarían por rescatar un hipopótamo?"-.

Voz femenina monocorde: -"Le paso con un bombero"-. Ciudadano airado: -"Menos mal"-.

Entonces, vuelta a exponer el problema. Pero, después de escucharle pacientemente, el bombero le responde que efectivamente, si quiere que se desplacen hasta allí, tendrá que pagar la tasa de 500 euros. Cuando el ciudadano pregunta si es normal que por llamar para dar parte de que un animal corre peligro haya que abonar semejante suma, y si existe alguna alternativa, el bombero le informa: a lo primero, que sí (que si quiere que vayan a rescatar al gato tendrá que pagar las más de 80.000 de las antiguas pesetas); y a lo segundo, que la alternativa es que llame a la "protectora". Cuándo el sorprendido ciudadano indaga sobre ello, averigua que la hipotética "protectora" es Son Reus. Entonces da las gracias, se despide y se dispone a recabar ayuda de alguna asociación animalista cuyos voluntarios (aún sin ser profesionales) hacen lo que pueden en tales rescates.

Porque el problema no son los bomberos. Ellos bastante tienen con realizar un trabajo habitualmente peligroso y probablemente no bien remunerado. El problema es muy distinto y doble.

Por un lado, que la Administración obligue a los ciudadanos a pagar 500 euros simplemente por ser sensibles ante el sufrimiento animal. Porque, por su elevada cuantía, dicha tasa será casi siempre disuasoria.

Y, por otro, que el Ayuntamiento contribuya a que buena parte de la ciudadanía siga creyendo que Son Reus es una "protectora". Algo sustancialmente falso. Porque Son Reus es una "perrera" municipal. Y en esas "perreras" lo que se hace es capturar (o recluir cuando son entregados por sus dueños) a los animales que sobran y molestan a la sociedad. Centros donde, si no son adoptados en unos días, son sacrificados (como ocurre con miles de perros y gatos cada año, sólo en Son Reus). Eso sin hablar de los animales que (en una falta de transparencia inadmisible en cualquier servicio público de la Administración) acaban en las famosas "jaulas ocultas" de Son Reus (las coloquialmente conocidas en ambientes animalistas como "Guantánamo"); jaulas que, al no estar al alcance de la vista de posibles adoptantes, consiguen que los animales en ellas recluidos carezcan de cualquier oportunidad de encontrar un hogar y, por tanto, sobrevivir. Por cierto: el Ayuntamiento de Palma acaba de contestar negativamente (y por escrito) a la solicitud formulada por varias asociaciones animalistas para que se pusiera fin al carácter oculto de dichas jaulas, y se permitiera el acceso de ciudadanos y voluntarios a los animales recluidos en las mismas. ¡Bonita política de "protección" animal, si señor!

Un tema del que (como sucede con "Natura Parc" y su posible evolución) habrá que seguir muy pendiente.