Hace hoy setenta años finalizó, tras más de cinco meses de lucha, la batalla de Stalingrado, la más cruenta de la historia. Esa batalla, rematada con la posterior batalla de tanques de Kursk, marcó el principio del fin de la desmesura alemana, que había roto todas las barreras geográficas, históricas, axiológicas y éticas, e intentado, en el fondo, la instauración de un nuevo paradigma antropológico. La desmesura alemana fue un acceso terrible de insania mental colectiva, y la herida dejada por ese brote violento de enfermedad en el cuerpo de Europa aún dolerá durante siglos, por más esfuerzos de olvido, perdón y disimulo que se hagan. En cuanto al alma europea, tal vez haya perecido en el desastre, pues la victoria final sobre el monstruo no se debió a la reacción de la propia cordura, sino a su aplastamiento por los vecinos del Este y el Oeste. Quizá nuestra actual impotencia se haya fraguado entonces.