La bolsa subió y la prima de riesgo bajó cuando se supo que Europa estaba dispuesta a meter dinero en los bancos españoles sin que ello constituyera un rescate del Estado. El llamado rescate suave, o blando, sobrevoló los noticiarios a lo largo de la semana pasada, y los mercados reaccionaron con alegría. El Ibex subió casi 500 puntos y la prima de riesgo se relajó. El invento estaba siendo bien recibido. Nos hallábamos en el buen camino. El problema de España era la deuda bancaria y puesto que le iban a transfundir un pastón en vena, se abría un horizonte de esperanza para todos. Desde tales supuestos el ministro salió el sábado a anunciar que España le había hecho al euro y a Europa el gran favor de solicitar una línea de ayuda en inmejorables condiciones. A uno de le daban ganas de pedirle que le ayudara a renegociar la hipoteca.

Pero el lunes se rompió el espejismo. Tras un estallido inicial de euforia, que se había alimentado a sí misma durante el fin de semana, la bolsa empezó a bajar, al compás de las noticias que indicaban el acelerado repunte de la prima de riesgo. Y esta se estaba viendo impulsada por una desconfianza que tenía por alimento las sucesivas aclaraciones que llegaban de Berlín y de Bruselas: No, no era un préstamo directo a los bancos sino al Estado. Sí, es el Estado español quien responde de su devolución. Sí, habrá troika imponiendo ajustes. Sí, tendrá un impacto sobre la deuda española. Sí, claro que sí, será el Estado quien pague los intereses del préstamo. El protagonismo de la administración española en la operación aparece pues como el motor de la desconfianza. La banca está muy endeudada y poco saneada, pero los mercados piensan que con ayuda puede remontar. Del Estado español no opinan lo mismo.

Luego está Murphy, que hace caer la tostada por el lado de la mantequilla. El lunes por la mañana, el rey felicitó a Rajoy por su magnífica gestión del asunto y al cabo de nada la bolsa empezó a bajar. Murphy en estado puro. En cambio, lo de Rajoy, atribuyéndose el mérito de la victoria 24 horas antes de saberse que no había tal, no cabe atribuirlo a la ley de la mala suerte; hay meteduras de pata que se consiguen con el propio esfuerzo.