Los jóvenes necesitan ternura y firmeza para crecer… me preocupa más la falta de lo segundo, aquí mi pequeña reflexión. Hace tiempo que vengo dándole vueltas a la siguiente idea: los jóvenes saben lo que quieren, pero lo quieren poco. Me refiero a que saben dónde está lo correcto, qué es lo apropiado… pero lo desean con poca intensidad, con poca claridad y, sobre todo, con poca convicción. Son muy sensibles al afecto, al rollo sentimental, pero les dura poco la decisión si requiere constancia y esfuerzo, tienden a desinflarse y pasar a otra cosa, no les dura un voluntariado más de dos sesiones. Si aparecen las dificultades rápidamente se cambia de principios y opciones. Que conste que hablo en el nivel sociológico. En realidad cada persona es irreducible a esta generalización.

Sospecho que esta falta de firmeza entre los jóvenes no es más que un reflejo de la falta de firmeza de los adultos. Me encuentro, día sí día no, a padres sobreprotectores de su hijo. Con pocas ganas de clarificar y poner en solfa el comportamiento de su descendiente. A pesar de múltiples evidencias del error del niño, el padre pretende salvaguardar la autoestima de su hijo quizás porque no está dispuesto a perder la suya, aunque atropelle en dicha defensa unos cuantos principios éticos. Hoy, los adultos necesitamos más equilibrio entre firmeza y ternura.

La ternura nos abre a la comunicación, tiende puentes y sana heridas. Nos ayuda a aceptar nuestra condición humana que es imprevisible, imperfecta, misteriosa. La ternura es imprescindible en la vida, pero puede convertirse en un aterciopelado engaño cuando evita afrontar la realidad, tapa los problemas y elude asumir las consecuencias de los actos. Amar a alguien es aceptar incondicionalmente su persona, pero no cualquier cosa que haga esa persona. Sin esta distinción educaremos jóvenes sin convicciones, peligrosamente manipuladores en el afecto y flojos en arrostrar las dificultades.

La firmeza es tener claros los límites que no se pueden sobrepasar. Saber decir que no, cuando la conciencia dispara las alarmas. La firmeza es recobrar algo de actitud estoica: tener paciencia, saber esperar, aguantar el esfuerzo… porque hay una meta, un sentido, una convicción que vale la pena. A los adultos nos falta firmeza para educar porque nos faltan convicciones, motivos profundos para vivir, nos falta dimensión existencial o espiritual.

Tengo que decirlo también: firmeza no es dogmatismo. No es seguir ciegamente unos principios, aunque éstos aparezcan como religiosos. Muchos de los jóvenes no encuentran en las personas cristianas un referente porque estas últimas nos comportamos como poseedoras de una verdad estática, prefabricada y no conectada con sus necesidades.

La vida no es un videojuego, en el que uno puede volver a empezar la partida aunque le hayan matado, o se haya matado, doce veces. Nuestros jóvenes van a tener que cargar con muchas dificultades. Les puede tocar –les va a tocar– la cruz de la droga, del paro, del desamor, de la violencia, de la depresión… las cruces de nuestro mundo. ¿Sabrán tratarlas? ¿Perecerán en alguna de ellas antes de lo previsto? Los adultos tendemos a ponérselo todo fácil, llenándoles de objetos y consumo. Pero la ternura sin firmeza es una trampa a largo plazo.

Me viene a la mente la conocida cita de Confucio: "Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío". Déjate impresionar por la frase y pregúntate si estás dispuesto. Ahora que la cruz de los jóvenes nos va a convocar a muchos cristianos, no deberíamos olvidar que ellos necesitan encontrarse con adultos que saben de superar cruces, de ayudar a cargar cruces: que saben de ternura y firmeza.