¿Quién se lo iba a plantear hace unos años, cuando el mundo entero –menos Cuba y otros pocos– celebraba la caída del Muro de Berlín y la implosión soviética, devorada por el cáncer de la falta de libertad y de la ineficacia económica que corroía sus entrañas!

Todos celebramos el fin de aquella ensoñación redentora de un comunismo que derivó en una cruel tiranía dentro y fuera de las fronteras rusas y que asesinó a millones de personas en la persecución de la sociedad ideal sin clases. Viví hace años en una sociedad comunista donde pude comprobar que en lugar de eliminar las clases se había creado una nueva clase, la de la nomenklatura comunista, que atesoraba todos los resortes del poder político y económico hasta los privilegios como residencias, alimentos, vacaciones u hospitales. Milovan Djilas escribió sobre esa "nueva clase" desde la Yugoslavia de Tito. Todo eso es hoy pasado lejano.

Se argumenta por algunos que con todas sus tragedias individuales y colectivas, que fueron muchas, la mera existencia de la Unión Soviética dividía el mundo de la post- guerra mundial en dos campos antagónicos con esferas de influencia perfectamente delimitadas donde cada uno tenía su lugar asignado sin espacio para equívocos. En cierta ocasión Faruk Kaddumi, a la sazón "ministro de Asuntos Exteriores" de la OLP palestina todavía en el exilio de Túnez me decía que añoraba los tiempos en los que "todo estaba más claro y uno sabía con certeza quiénes eran los amigos y cuáles los enemigos". Luego esa diferencia se borró y entramos en un batiburrillo donde las alianzas se hacían más inestables como se comprobó en la guerra por la liberación de Kuwait, con el mundo árabe en bloque apoyando la operación Tormenta del Desierto, o durante la guerra de Irak, que contó con la oposición palestina y el apoyo sirio, mientras en las actuales operaciones sobre Libia sólo Qatar, entre los árabes, participa en las operaciones militares mientra cada día resulta más evidente la incomodidad de la propia Liga Árabe.

Lo que pasa es que con una Unión Soviética en plena forma, estas cosas seguramente no hubieran pasado. Moscú nunca habría permitido a su aliado Saddam Hussein cometer el gran error de invadir Kuwait (peor que un crimen, como diría Talleyrand) y tampoco Siria se hubiera puesto del lado norteamericano en una guerra que Bush nunca se habría atrevido a desencadenar contra un fiel aliado de la Rusia soviética. Estoy seguro de que tampoco Moscú habría permitido a Gaddafi amenazar con "matar como ratas" a los ciudadanos de Bengazi.

La propia "primavera árabe", de la que apenas conocemos el primer capítulo de un libro que se presume voluminoso, seguramente sería también muy diferente al entrar en juego consideraciones estratégicas de las grandes potencias junto con las ansias de libertad de unos pueblos sojuzgados durante demasiados años. ¿Habrían los EEUU dejado caer a Mubarak?, ¿permitirían ahora los soviéticos acabar con el régimen de Gaddafi? Me temo que no.

Y lo mismo se puede aplicar a Europa o la OTAN. Esta última, nacida frente a la URSS y el Pacto de Varsovia se reinventa a sí misma con otras misiones (terrorismo cibernético) y extiende su influencia "fuera de zona" (Afganistán) mientras los presupuestos dedicados por sus miembros europeos a la defensa no cesan de adelgazarse como ha recordado con cierto enfado hace unos días el ya ex Secretario de Defensa norteamericano Robert Gates, sin que la actual crisis económica haga prever un cambio de esta tendencia en un futuro próximo. Todo esto no ocurriría en un mundo que siguiera siendo bipolar, como tampoco se oirían esporádicas voces en Washington a favor de un aislacionismo que resurge como el Guadiana.

¿Qué decir de nuestra Unión Europea? Posiblemente atraviesa sus horas más bajas desde Monnet y Schumann, debatiéndose en una crisis económica que la moneda única agrava en ausencia de suficiente armonización fiscal y de un banco central con las competencias necesarias, mientras resurgen egoísmos nacionalistas e insolidarios que ponen en riesgo logros como el espacio único que consagran los acuerdos de Schengen. La influencia de Europa en el mundo disminuye a diario frente al avance de economías hasta ahora periféricas que nos desplazan a nosotros hacia la periferia de un mundo que se inclina progresivamente hacia el Pacífico. Esta debilidad sería inaceptable tanto para nosotros como para los norteamericanos si la URSS estuviera al acecho para aprovechar nuestros puntos flacos. Europa ya no es tan necesaria para los EEUU como era antes. La sola presencia de la Unión Soviética junto a nuestras fronteras orientales sería un poderoso cemento para reforzar nuestra unión y también la relación trasatlántica.

¿Quiere todo esto decir que contra la URSS se vivía mejor?

No, en absoluto, la URSS fue una tragedia para muchos pueblos y para mucha gente y su desaparición sigue siendo una buena noticia. Pero no es menos verdad que sin ella hemos entrado en un siglo XXI mucho más seguro porque ya no pesa sobre nosotros la amenaza nuclear pero mucho más incierto porque se han liberado una serie de fuerzas que antes estaban aherrojadas por la bipolaridad. Son esos nuevos actores los que introducen la incertidumbre en nuestras vidas que al mismo tiempo son más libres y más nuestras por el simple hecho de la desaparición del imperio soviético.

La libertad tiene sus riesgos pero quien no los asume con gozo no merece ser libre.