De políticos a pintores, de investigadores a literatos, son pocos quienes resisten la tentación de proclamarse en vanguardia durante algún momento de su trayectoria profesional y, si quieren que les diga, mejor harían muchos de los tales efectuando los experimentos con gaseosa. Máxime si nos implican.

Debe ser "La angustia de la influencia" de que hablaba Harold Bloom: un complejo que les lleva a etiquetarse de originales sin otro bagaje que las ganas y un presunto rupturismo más cimentado en la voluntad que en sus resultados. Por esa fragilidad que muestran las intenciones al chocar con la cruda realidad, suele inspirar compasión su infantil empeño a no ser que pretendan quedarse con nosotros para sacar tajada: económica o electoral, que de todo hay. Sin duda existen posiciones y descubrimientos de vanguardia más allá del contexto militar, y baste recordar la plétora de "ismos" tras los modernistas de hace cien años largos: simbolistas y postistas, surrealistas, situacionistas… Tal vez lo fuese también el marxismo en sus albores, o el botellonismo de las primeras copas al aire libre del oscurecer, pero la condición de innovador, de vanguardista, se la apropia hoy hasta el tato con una patética mezcla de ignorancia y cara dura.

Para empezar, porque entre querer y poder media un abismo y, aunque hay otros mundos, no están en éste, que decía Eluard. Porque lo nuevo no surge a modo de chispazo para iluminar nuestras vidas sino que implica, por parte de quien se atribuye el papel de innovador, un profundo conocimiento de lo anterior, de una tradición que no se ha consolidado por azar y que fagocitará las presuntas escapadas de no conocerse bien o, mejor, al dedillo. Porque las inspiraciones afortunadas no surgen de un pálpito sino que entrañan trabajo; mucho trabajo ya que son también camino de perfección, y la ruptura de cánones es algo más complejo que un simple cerrar los ojos y, con poner el verbo después del predicado, fíjense la que he liado. Tal vez fuese Borges quien pinchó donde más duele a los vanguardistas, a los "novedosos", cuando afirmó, referido a los escritores, que cada autor crea sus sucesores y también sus predecesores, aunque ni el poeta en cuestión, el pintor de churretes o el artista del todo vale sepan siquiera de su existencia o la ignoren para evitar, hasta donde puedan, la comparación.

Heterodoxia la ha habido siempre, y desde la escritura cuneiforme al pintor de Altamira o el doctor Mengele, lo nuevo acaba cuando se define y no siempre a gusto del artífice tras el inicial éxtasis, sorpresa, desazón u horror, aunque cualitativamente sea distinto el suscitado por el nazi o el autor de unas palabras que, cuando juntas, no se refuerzan. ¿Ustedes creen que el discurso del PP es vanguardista? ¿Qué tienen algo de original los planes contra la crisis propuestos por Zapatero? Pues depende de la óptica. En el primer caso, que esta derecha se erija en abanderada contra la involución –como han afirmado– y se autodesigne defensora de los trabajadores es, ciertamente, una sorprendente paradoja, al igual que lo es, en el segundo, apretar las tuercas con más ahínco a aquellos por quienes dicen velar en su ideario. En ambos ejemplos, el "No encontraréis nada parecido", lema del vanguardista, nos lleva de cabeza a la desazón cuando no al horror, y es que el "atreverse a fracasar", que para Beckett era deber del artista, aplicado a las cosas de comer ha de tomarse con pinzas.

Hay mucho para cambiar, aunque lo nuevo no es un valor en sí mismo. La renuncia al cambio es consustancial al conservadurismo, podemos sentirnos agredidos por lo distinto e impelidos a neutralizarlo aun antes de entenderlo, en la creencia de que sólo lo consolidado tiene valor (sería, por ejemplo, el caso de la Iglesia frente a la manipulación genética). En el extremo opuesto, un elogio apresurado entraña cierto papanatismo y vestirse de innovador entre el aplauso de los cuatro epígonos con algo que ganar, huele a manoteo por salir de la mediocridad con base en nuestra credulidad; un algo de adolescencia pendiente de evolución.

Tal vez deduzcan mi escepticismo en lo que hace a tanto experimento de boquilla. Y no les falta razón. Respecto a la literatura, no tengo constancia de ruptura alguna y, en cuanto a los cambios sociales de los que tan necesitados estamos, pasen y vean. ¿En la vanguardia de esa igualdad de géneros que cuida Bibiana Aido? Puro deseo cuando lo dijo, y es que queda mucho por andar hasta salir del pelotón que, en Balears, sólo hemos abandonado por la vanguardia de la corrupción y, en lo demás, posmodernos: cada quién a lo suyo y ja ho veurem.

¿Faltos de soluciones imaginativas? Naturalmente, pero siempre que la imaginación, por vanguardista, no prime sobre la solución y, cuando ni una cosa ni otra, pues así nos va. Y por lo visto en el debate sobre el estado de la Nación, va para largo.

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