Aceptada la premisa de que el terrorismo debe ser erradicado, la cuestión es saber cómo, y debatir si las medidas adoptadas son útiles, lícitas o si acaso habría alternativas. Todo ello ha sido objeto de controversia durante décadas, aunque no estará de más refrescar las ideas a propósito del escáner corporal (body scanner), de próxima implantación en algunos o muchos aeropuertos europeos. Y me temo que también aquí.

Las conductas terroristas obedecen a una percepción de ultraje que precisa para su modificación de medidas a corto, medio y largo plazo. Si la represión no va acompañada de un profundo examen de conciencia que evite en el futuro la injusticia, la opresión o la humillación, ciertas o sentidas como tales, no se conseguirá su definitiva eliminación y a la vista están los resultados: desde ETA a un terrorismo islamista ya globalizado. El fallido plan del nigeriano Umar Faruk, con el explosivo cosido a su ropa interior, será pedagógico para una próxima intentona y convendrá asumir la evidencia de que, siempre que exista alguien dispuesto a inmolarse para matar a otros, no hay prevención que funcione más allá de la suerte. Primero fueron los detectores de metales, después el control de los líquidos en el equipaje de mano y, en el horizonte próximo, un escáner dudoso no sólo en su eficacia, sino también por razones sanitarias y legales.

Cabe imaginar que el terrorista no sea un aficionado, de modo que podrá incorporar el producto letal, si no halla mejor solución, a su propio organismo; ingerido o quizá incorporado a una prótesis fija: una mama rellena de él en vez de la inerte silicona, un pene bomba o tal vez en la cadera simulando titanio y, en esos casos, ¿cómo neutralizarán el desastre unos servicios de seguridad que hasta el momento se han revelado ineficaces? Por otra parte, ni los explosivos son el único recurso (baste pensar en la eventual diseminación de un agente patógeno, de un gas…) ni tampoco los aviones son la única posibilidad para destruir a un colectivo numeroso. En el atentado de Atocha fallecieron 191 personas y desde entonces no se ha dispuesto en trenes o andenes de una vigilancia similar a la de los aeropuertos o, por ejemplificar, metros, cines, estadios deportivos y cualquier superficie comercial (hay precedentes), serían igualmente adecuados para sus propósitos. ¿Se colocarán también los detectores corporales en esos u otros lugares de reunión?

Que USA instale 150, Canadá una docena, sesenta en Holanda o que en Helsinki y Manchester esté el ingenio a punto, no supone que se haya dado con una solución que tiene más que ver con la huída hacia delante y en la que subyace la neurosis de angustia. Con esa disposición, no es de extrañar que haya muchos cabos sueltos, porque la reacción al terrorismo puede ser también desmesurada, impropia o dañar las libertades. Detectar plástico, metal o cerámica en el contorno corporal no garantiza, como sugiero, el éxito de un aparato que además, si emite radiaciones ionizantes y por más que sean de muy baja intensidad, podría ser potencialmente nocivo a largo plazo para la población expuesta, sin que sea suficiente el colocarse una placa de plomo sobre los genitales como si estos fueran estos los únicos receptáculos de ADN. Pero es que, por ende, el examen obligatorio a través de escáner diría que colisiona frontalmente con el artículo 18.1 de nuestra Constitución, que garantiza el derecho a la intimidad personal y la propia imagen, sin que valga argüir que los datos no serán almacenados porque, siquiera en primera instancia, alguien deberá revisarlos.

Parece que todo lo anterior es algo más que mera lucubración, ya que algunos países europeos han manifestado reticencias al respecto y la UE aboga por una posición consensuada entre sus miembros. Por lo demás y si para orillar la dificultad legal, cada candidato al examen debiera firmar un documento de "consentimiento informado" o disponer de una forma alternativa de registro, el acceso al avión se convertiría en meta inalcanzable so pena de llegar con una antelación doble de la actual, y si suman a ello el número de escáneres necesarios para hacer las colas asumibles (con un coste superior a los 100.000 euros por unidad), díganme, en la actual situación económica, si pueden considerarse una prioridad. Hacer pasar a la ciudadanía, tras cada nueva modalidad de terrorismo, por otra horca caudina, no tiene más explicación que la impotencia. Aunque la vistan de lagarterana. Así que, por lo que a mí respecta, paso de body scanner.

Sé que sólo me acompaña en el rechazo un 30% de la opinión pública frente al 70% que se pronuncia a favor en una reciente encuesta de Metroscopia y, sin embargo, me alineo con esa minoría a la que con frecuencia le ha sobrado razón. Porque si Unamuno iba encaminado cuando afirmó que llegará el día en que nos asesinemos con la quijada de un asno, no sé de que servirán los Rx. Y los terroristas son capaces de eso y más como no le echemos otra imaginación a nuestras estrategias. En próxima ocasión implantarán la colonoscopia y el 70% puede decir que bien. Que qué bien.