El retrato muestra al presidente Obama inclinándose ante el emperador japonés con una reverencia profunda, servil, exagerada incluso. Paradoja inmensa. El representante del país que terminó con un imperio cuya tradición se cuenta por siglos, humillándose ante el vencido. ¿Un gesto de sumisión? Duques, mariscales, ministros, emperadores y reyes inclinan la testuz ante Su Santidad cuando acuden a ver al Papa. Pero nadie se engaña: el poder del santo padre es sólo espiritual; el Estado Vaticano carece de ejércitos, de tropas, de acorazados, de aviones. El poderío de la Iglesia católica o bien se reduce al dogma o, si no es así, se adentra por abismos económicos inconfesables. La reverencia al sucesor de san Pedro es hoy puro protocolo.

No sé si sucede lo mismo con las otras jerarquías eclesiásticas, con aquellas, al menos, que tienen su encarnación visible en un representante mortal. Tampoco estoy al tanto acerca de si los demás emperadores del planeta –que, abundar, no abundan pero, como las meigas, existen– lograrían llegado el momento gozar de una humillación de cabeza así, acentuada por la diferencia de altura que existe entre Barack Obama e Akihito. Altura física, en este caso, porque si tuviésemos que medirla mediante cualquier otro baremo… Bueno, no fue un azar el que las únicas dos bombas atómicas jamás arrojadas diesen paso a la verdadera postmodernidad. En semejantes circunstancias, los protocolos se antojan absurdos. Barack Obama encarna, sobre los deseos y las esperanzas de medio mundo, el poder del único imperio real que ha sobrevivido hasta hoy a las ansias de la Historia. Lo suyo sería que se le rindiera la pleitesía correspondiente por parte de los demás jerarcas con genuflexiones, incluso, para poner de manifiesto quién es el dueño real del planeta.

Pero no sucede así. Es Obama quien inclina la testuz, quien mira al suelo como si se tratase de apaciguar a un simio que ve invadido su territorio. Dicen los etólogos que ningún gesto es trivial, que lo que hacemos y la manera como lo hacemos pone de manifiesto las claves más profundas de las relaciones sociales. De ser así, el emperador del Japón supondría una especie de divinidad llegada a la Tierra. Es bastante improbable que nadie, ni él mismo, se lo crea. Así que habrá que husmear hacia otro lado en busca de las explicaciones oportunas.

La mejor que se me ocurre es la de un gesto de propaganda, la de una imagen mediática pero en el sentido inverso de lo que indica la reverencia. Haciéndola, Obama pone de manifiesto que está incluso por encima de las convenciones. Que hoy en día no tiene ni la menor importancia el ademán de sumisión porque la dependencia hacia el símbolo de un dios-Estado ya no existe. Frente al gesto bobo de Bush diciendo hola con la manita, Obama recurre al drama. Solo que el guión de la obra no es el de antes; incluso en eso, el señor Barack Obama logra sorprendernos a todos.