El totalitarismo se define como un régimen político no democrático en el cual el estado, en nombre de una ideología, domina la totalidad de las actividades individuales.

Son demasiados los tristes ejemplos de regímenes totalitarios pasados y presentes en el mundo, o más cerca en Europa, o aún más cerca, en España. Sólo quiero señalar que nos sentimos felices al creer que los totalitarismos parecen estar muy lejos de la región del mundo en que vivimos. Nos compadecemos de pueblos como Corea del Norte, o China, por mencionar sólo dos de los muchos totalitarismos que aún existen. La felicidad de vivir fuera de un régimen totalitario y la compasión por los que aún tienen que soportarlo es un indicio evidente de que en el mundo moderno los totalitarismos son sistemas execrables. Uno de los insultos más graves que puede hacerse a un político es la de defender algún tipo de totalitarismo. Pero el aborrecimiento no se restringe a políticos; las tendencias totalitarias observadas en el discurso de cualquier persona, son vergonzantes. Diría que defender ideas totalitarias es una forma de buscar la exclusión social.

Y sin embargo, hay un totalitarismo que pocas veces se reconoce como tal, a pesar de estar extendido en todo muestro mundo. Lo voy a presentar en forma de adivinanza.

En este momento se defiende desde un estado muy pequeño, gobernado con mano de hierro por una única persona elegida entre una aristocracia de nobles que tampoco fueron elegidos democráticamente. El jefe de este Estado se autoasigna la autoridad máxima en todo el mundo y dicta leyes que intenta imponer a todo el mundo. La base ideológica de su inmenso poder descansa en un libro; todo lo que afirma el libro es una verdad absoluta sin la menor posibilidad de crítica. Pero el libro también tiene una enorme indefinición: unas veces condena la guerra, pero siempre ensalza el ardor guerrero de un único país; unas veces condena la fornicación y el adulterio, pero algunos de los personajes más importantes de libro fueron asiduos adúlteros y fornicadores; afirma que el fin no justifica los medios, pero describe docenas de héroes que mataron, robaron y fornicaron para conseguir resultados. Es tal el desbarajuste del libro que durante mucho tiempo la autoridad máxima del estado prohibió su lectura. Sólo lo podía leer el jefe en compañía de sus aristócratas compañeros y sólo ellos pueden interpretar los para decidir si lo que dice el libro es verdad o si no es más que una licencia poética. Una vez hecha la interpretación, por estúpida que sea, pasa a ser verdad absoluta y entra en el acervo permanente de la ideología. En teoría, ya nunca podrá ser revisada. En la práctica, el número de veces que donde dijo digo tuvo que decir Diego es incontable. Ni que decir tiene que nunca le ha preocupado la separación de poderes: el que gobierna siempre es el mismo que elabora las leyes y el que juzga los incumplimientos.

Uno de los departamentos más eficaces de esta dictadura es el de propaganda. Promete a los súbditos obedientes unos beneficios extraordinarios pero también los aterroriza con la posibilidad de castigos inhumanos. Durante siglos, utilizó el terror para arrebatar el diez por ciento de todos sus bienes a sus súbditos. Este impuesto revolucionario le permitió acumular riquezas inmensas que, no obstante, pocas veces revirtieron en mejorar la vida del pueblo. Al contrario, se invirtieron en la construcción de inmensos palacios, llenos de las más maravillosas obras de arte, tesoros que los súbditos contemplaban boquiabiertos pero que sólo eran disfrutados por la "nomenclatura". Sin ninguna duda es el mejor ejemplo del poder de la propaganda. Porque a diferencia de los vendedores de detergentes o de automóviles, nadie ha visto nunca el bien que vende ni el castigo que anuncia.

Para resumir, no sé si lo han reconocido. Es substancialmente antidemocrático. Con la ideología expuesta en un libro absurdamente contradictorio ha dominado, como el Gran Hermano de Orwell, la totalidad de las actividades individuales. O peor: censura hasta los más escondidos pensamientos y deseos.

Con estas cualidades es innegable que tiene un puesto de honor entre todos los totalitarismos que en el mundo han sido. Y sin embargo, me asombra ver que está lleno de personas que, siendo capaces de despreciar los totalitarismos comunistas, nazis o militares, no ven ninguna contradicción en defender su totalitarismo transnacional. Me asombra aún más saber que, si pudieran, muchas personas que se consideran razonables intentarían impedir que se publicara este escrito.