El profesor Juan Velarde publicó ayer un brillante y revelador artículo en el que, tras desmitificar los Pactos de la Moncloa –el Gobierno, por boca de Fuentes Quintana, impuso entonces las medidas de emergencia que aceptaron sin rechistare los demás partidos, los sindicatos y la patronal–, venía a decir que es una insensatez fiar las grandes reformas estructurales que necesita este país a los avatares del incierto y mediocre diálogo social. Tales reformas, que son perentorias y han de ser profundas, deberían ser impulsadas con premura por el Gobierno, de acuerdo con el principal partido de la oposición. Si alguna vez se impone la evidencia de que reformar el mercado laboral no es "reducir los derechos de trabajadores" –¿de qué derechos estamos hablando en un país que se encamina a los cinco millones de parados y en el que la tercera parte de los trabajadores son eventuales?–, podrá empezarse a abordar una modernización pendiente que sólo saldrá adelante si, como en Alemania, se logra el acuerdo de los dos partidos turnantes al frente del Estado. Si así se ve y así se entiende, quizá la búsqueda de la reanudación del pacto social este septiembre pueda sustituirse por una ceremonia parlamentaria más intensa y profunda, que vaya a la médula del problema y que nos brinde la esperanza de una solución.