Los pensionistas de Balears afirman que mantendrán el pulso con el Gobierno de Rajoy hasta doblegarlo. Décadas cotizando y cuando ha llegado la jubilación los números no cuadran. Lamentan que llevan años perdiendo poder adquisitivo porque el coste de la vida ha subido más que sus pensiones y tienen claro que van a seguir protestando en la calle hasta que les escuchen. Esperan con muchas ganas la manifestación convocada esta mañana en Palma y en otras muchas ciudades del Estado.

"Vengo aquí para no gastar luz y agua de mi casa", cuenta Encarnación Esteva en la asociación de Pensionistas y Jubilados de la Vileta. Es martes por la tarde y el local está lleno. En la sala grande hay bingo y en una habitación cercana clases de baile de salón. "Fui peluquera, pero después tuve hijos y ya no pude seguir trabajando. Tengo una pensión muy baja, no me llega para casi nada. ¿Caprichos? No me los puedo permitir. Lo que tengo son hijos, y de vez en cuando tengo que ayudarles", cuenta Esteva.

"Quiero cobrar lo que es justo, porque cuando voy a comprar veo que todo sube menos mi pensión. Estoy harta, nos tratan como si fuéramos basura", afirma Mari Carmen Insua, camarera de piso durante buena parte de su trayectoria laboral. "Me alegro mucho de que ahora las 'kellys' estén reivindicando sus derechos. En mi época éramos invisibles; a mí me tendrían que haber dado la invalidez porque ese trabajo me dejó muy mal la columna", recuerda.

Miquel Portell percibe en torno a 850 euros después de cotizar durante 46 años trabajando en una herrería. A sus 66 años no se muerde la lengua: "Las pensiones son una mierda. Es indignante con todo lo que los políticos han robado y con el rescate que pagaron a los bancos. No sé cómo no les da vergüenza decir que no las pueden actualizar al nivel de la vida".

Este pensionista fue despedido al final de su vida laboral, lo que le obligó a prejubilarse antes de los 65 años. "He luchado mucho y es una barbaridad lo que me ha penalizado prejubilarme después de pagar durante cuatro décadas. Gracias a Dios no tengo a nadie a mi cargo porque mis hijos tienen trabajo. Pero, ¿y los que vienen detrás? Vaya porvenir negro les espera", vaticina Portell.

A Rosa Borgoñoza, de 68 años, le queda una pensión de 370 euros después de "trabajar toda la vida" y ocho operaciones por distintas dolencias. Cuenta que en aquella época y en el sector de la hostelería "trabajabas pero no cotizabas" como ahora. "Me han subido la paga 1,50 euros. ¿Qué hago con eso?", pregunta. "Sobrevivo porque mis hijas me ayudan haciéndome un poco de compra o como pueden. Claro, si tienes frío no puedes poner una estufa, me tapo con una manta. Solo pido 600 euros para vivir dignamente", dice.

Vicente Martínez tuvo que jubilarse a los 63 años porque tenía "los huesos hechos polvo" después de trabajar toda la vida como encofrador: "Es un Gobierno miserable. La luz, el agua, la contribución... Todo sube menos nuestras pensiones. ¿No tienen vergüenza?". La pregunta está en boca de la casi totalidad de los pensionistas consultados.

"He tenido una vida muy dura para que ahora vengan cuatro cantamañanas y me roben lo que es mío. Son unos sinvergüenzas que miran por ellos y no por los obreros", zanja Martínez indignado.

María Luisa Núñez toca un tema sensible: "No solo somos jubilados, también somos abuelos". Son muchos los pensionistas que, pese a sus escasos ingresos, se ven obligados a sostener a hijos o nietos, habitualmente víctimas de un mercado laboral inestable y precario. "Tengo una pensión normalita, llego a final de mes gracias a mi marido. Pero tenemos que mantener a nuestros nietos. Salimos adelante, pero muy mal. Cuando vas al supermercado hay que mirar mucho el precio. Mira lo que vale un kilo de patatas", lamenta esta jubilada.

En situación parecida se encuentra Felicidad Millán. Cuenta que su pensión, sumada a la de su marido, supondría unos ingresos dignos si no fuera porque ambos siguen teniendo a sus tres hijos en casa.

"El Gobierno ha cogido mucho dinero del fondo de las pensiones. ¿Podían hacer eso?", se pregunta. En cualquier caso, en su casa también hay que sacar todos los días la calculadora. "Ayudo a mis hijos y también a mi madre porque tiene una miseria de pensión. Creo que conseguiremos mejorar nuestra situación protestando. Pero tengo claro que, a diferencia de nuestra generación, nuestros hijos no podrán ayudar a los suyos", subraya Millán.

Asiente a su lado Delfina Llabrés, que vuelve a poner el foco sobre la corrupción que esquilma parte de los recursos que deberían ser para ellos. "He tenido que mantener a mis hijos hasta ahora.

Pero el verdadero problema es que muchos jubilados no llegan, no son capaces de mantenerse con sus ingresos, mientras muchos políticos se están llenando el bolsillo. Y los jóvenes, cuando lleguen a nuestra edad, no tendrán ni cinco céntimos", augura.

"Con mi pensión paso todos los meses con apuros, no hay ni un solo mes que llegue desahogada", relata Llabrés.

También se pronuncia Jordi Pujol, que ha desarrollado su vida laboral como comercial. "Yo he cotizado y he pagado mucho. Quiero lo que me toca", reclama este pensionista.

"Pero lo principal es que no quiero que me roben. Y lo hacen, nos roban, y pese a todo aquí, pase lo que pase, siempre hay un sector que siempre vota lo mismo, no castigan a los corruptos", expresa Pujol indignado.

La pensión media en Balears asciende a 856,58 euros, cifra netamente inferior a la estatal: 925,85 euros. "Esta variación se debe a que el mercado laboral del archipiélago está condicionado por la temporalidad", argumenta Xisca Garí, secretaria de Políticas sociales e Igualdad de UGT.

"Un 31% de nuestros pensionistas cobra entre 500 y 600 euros. Es decir, están por debajo del umbral de la pobreza. Y un 54% no llegan a los 700 euros", detalla Garí. "No son pensiones generosas, así que no hay ninguna justificación para haber subido solo un 0,25% en la última actualización. La única explicación es que están fomentando las pensiones privadas. Por eso llamamos a una participación masiva en la manifestación de hoy; está en juego el futuro de las actuales pensiones y de las de todos los ciudadanos", advierte esta sindicalista.

Francisco González pasó toda su vida laboral en la trinchera como afiliado de UGT. Prejubilado a los 63 años, expresa su decepción por la paga que le ha quedado después de 46 años cotizando y por el poco espíritu reivindicativo que observa en la actual clase trabajadora. "En cuatro años se ha venido abajo todo lo que conseguimos en los cuarenta anteriores", afirma resignado. Sin embargo, anuncia que mantendrán la lucha hasta que no arranquen del Gobierno el compromiso de actualizar las pagas con el coste de la vida.

"No se respeta a la gente mayor, no nos merecemos este Gobierno que no nos respeta como personas. Todo se ha degradado, somos números. Pero que no se crean que vamos a parar. Mientras no haya un aumento justo de las pensiones, vamos a seguir dando caña porque nos hemos merecido vivir dignamente", subraya.

Un sótano sin cobertura

Sebastián López vive en el alambre. A sus 73 años y con una discapacidad reconocida del 33% pasa la mayor parte del día solo en el pequeño sótano en el que vive, auxiliado por unos pocos amigos que le acompañan al médico o le lavan la ropa. Con los 600 euros que cobra de pensión tiene que hacer malabarismos, y ni aún así los números cuadran. El alquiler del habitáculo, presidido por una bandera republicana, más los gastos de agua, luz y teléfono asciende a 450 euros. Le quedan 150 para vivir.

"Uso la luz de la tele, no puedo poner la lámpara. Este sótano es lo único que me puedo pagar. Y si me muero, nadie se enterará en varios días", lamenta.

Nacido en Felanitx, trabajó en el campo hasta que se trasladó a Palma para emplearse en la construcción. Un día sufrió una accidente laboral que le destrozó el brazo y le impidió volver a trabajar con normalidad.

"La mutua se lavó las manos y me pasaron a la Seguridad Social. Lo consideraron una enfermedad y no accidente, lo que me habría supuesto una paga digna. Entonces este tipo de corrupción era habitual y las mutuas se lavaban las manos para no pagar", relata.

Se marchó a Suiza unos años y regresó a Mallorca. Siempre encadenando trabajos precarios, sin contrato y condicionado por su brazo. "Al final ya no me contrataban en ningún sitio, así que me hice voluntario en Sant Joan de Déu", cuenta López.

"Ha ayudado a mucha gente, pero ahora es él quien la necesita", señala Miquel Mascaró, afiliado a CCOO y uno de los pocos amigos que tratan de hacer la vida más fácil a Sebastián. "No puede seguir así. En el sótano no hay cobertura y está impedido, pero de momento las administraciones no nos ayudan", lamenta.