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Opinión

Puertos

Mis padres me llevaron a Mallorca con nueve años. No entendí, sin embargo, lo que significaba vivir en una isla hasta bastante más tarde cuando, siendo un adolescente, el que luego sería fundador de la editorial Alfaguara, Jesús Huarte, me dejó subir a su queche Maria en la primera de las regatas en que participé, desde Palma al islote del Sec de ida y de vuelta. Descubrí entonces lo que son el Mediterráneo, el embat de la bahía y los veleros.

Ha pasado más de medio siglo desde entonces. Las cosas han cambiado no poco; las aguas del archipiélago —y las de más de medio mundo— abundan en plásticos, al Maria lo supongo desguazado, o casi, y creo que Jesús Huarte no tiene queche alguno ya. Mallorca rebosa de gentes.

A mi edad es común pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor pero me temo que, por lo que hace a Mallorca, la nostalgia acierta. No es raro, pues, que las autoridades intenten poner remedio a los disparates y, dentro de la búsqueda de soluciones, el Govern ha decidido por medio de su conselleria de Territorio y Movilidad dar carpetazo a los proyectos que suponen crear nuevos puertos deportivos o ampliar los actuales. Según parece, la amalgama de partidos que componen el gobierno actual firmó un pacto de gobernabilidad que incluía el lograr el equilibro ambiental en el archipiélago.

No hace falta estudio alguno para saber que la capacidad de carga del litoral de estas islas está llegando a su límite, si no lo ha sobrepasado ya. Desde luego que una manera de volver al equilibrio sería ampliar el número de amarres pero no es ése el tipo de remedio que busca el Govern. En consecuencia, la empresa pública Ports de les Illes Balears ha recibido órdenes de archivar todas las solicitudes que implican aumento de la capacidad de los puertos deportivos.

La medida puede parecer semejante a la del chocolate del loro si se tiene en cuenta dónde están los verdaderos problemas ambientales de estas islas. Es la ocupación hotelera —legal e ilegal— la que satura las costas y colapsa las carreteras. La mar, de momento al menos, está bien libre de obstáculos salvo en lo que se refiere a los puertos, repletos sin duda. Pero la ecuación esencial a resolver es la de lograr un equilibrio que incluya tanto los aspectos ambientales como los económicos y, ahí, creo que el Govern yerra. Los puertos deportivos son una vía de generación de riqueza soberbia y muchísimo más aún si se considera la relación entre ingresos y número de personas que hay que acoger para que los generen.

Una vez elegido el modelo turístico, me parece que estas islas estarían en una condición medioambiental mucho más favorable si el énfasis del desarrollo se hubiese dirigido a hacer de Mallorca el albergue deportivo por excelencia de todo el Mediterráneo en vez de lo que es ahora. El consumo de territorio es alto, desde luego, porque las embarcaciones ocupan más espacio que los coches. Pero ése es el único inconveniente, mínimo en realidad si estamos hablando de unas costas llenas ya de antemano de cemento y no por culpa de la náutica.

Los queches y las yolas no gustan al Govern, ni falta que hace porque su función es resolver los problemas, no navegar. No obstante, me gustaría leer el informe que dice que, ampliando los puertos, se agravarían los problemas de Punta Ballena y el Arenal.

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