Hay un detalle en el que todos sus amigos y conocidos coinciden: a Adolfo Suárez le encantaba jugar al golf. Durante sus cada vez más prolongadas estancias mallorquinas, el expresidente disfrutaba de los greens como una pasión.

El líder de la Transición dedicaba horas y horas a la práctica de este deporte para mejorar su técnica. Cuando decidió fijar su residencia en la isla, uno de los requisitos era que su domicilio estuviera cerca de un campo de golf. Por ello Son Vida satisfizo a la perfección sus necesidades: tranquilidad, seguridad, vistas privilegiadas y cercanía a los hoyos del Arabella. "Para haber empezado muy mayor, jugaba muy bien a golf", rememora el empresario Matthias Kühn, encargado de buscarle los terrenos para edificar su vivienda.

Cada verano era fácil encontrarle en torneos de aficionados o con fines benéficos. Pedro Pablo Marrero era presidente de la Federación Balear de Golf a mediados de los 90, época en la que Suárez intensificó sus visitas a las casas club.

"Jugué con él en muchas ocasiones. Era una persona muy competitiva, le encantaba ganar", recuerda Marrero. Cuentan sus allegados que alguna vez hacía trampas de forma disimulada con tal de mejorar su tarjeta de resultados.

Suárez le pidió a Marrero fijar su hándicap, es decir, su nivel como jugador. La federación española autorizó a la balear para determinar su categoría y Marrero se encargó personalmente de la tarea, en presencia del propietario de la Relojería Alemana, Pablo Fuster.

"Me confesó que había sido una de las mañanas en las que había estado más nervioso en toda su vida. Lo rebajó en varios puntos y se quedó con un hándicap 21", afirma el expresidente de la balear de golf.

Una marca discreta, pero más que aceptable. "Lo hizo muy bien para ser un jugador no profesional", concluye.