Antes la vida sonreía a doña Cristina de Borbón. Su familia crecía con salud y su marido, Iñaki Urdangarin, aportaba millones al patrimonio doméstico mediante su trabajo en un instituto de exaltación del deporte y en una lucrativa consultoría. Eran buenos tiempos.

La duquesa de Palma explicó el sábado al juez Castro que, si el cielo era color de rosa, para qué sospechar. Nunca pensó que su esposo estuviera engañando a varias administraciones públicas para ganar millones de euros, con la excusa de "qué bueno es el deporte para las ciudades y el turismo". Urdangarin montó una tómbola de feria, pero su mujer seguía encantada de la vida ¡Otro perrito piloto!

Doña Cristina, en su calidad de imputada, tenía derecho a mentir y este fin de semana lo ejerció ante el juez Castro.

Su desmarque de la empresa familiar Aizoon fue tan extremo, tan radical, que nadie en la sala de vistas, salvo sus abogados, se lo creyó. Todo lo hacía su marido y éste contaba con una legión de asesores jurídicos y fiscales.

Desde estas páginas ya se ha apuntado que el futuro de la hija del Rey no pasará por ser enjuiciada por el caso Nóos, vía crucis que sí sufrirá su esposo.

La duquesa de Palma no se sentará en el banquillo de acusados, una situación que Urdangarin sí experimentará, con toda su incertidumbre y durante semanas, en Mallorca.

Ayer era día de resaca, aunque en Vía Alemania seguían transmitiendo media docena de unidades móviles de televisión. Hemos dado la vuelta al mundo y no precisamente por nuestras playas o cultura.

Anteayer se produjo en Palma un hecho muy positivo para el Estado de Derecho, una comparecencia que algunos poderosos no querían que nunca se materializase. Hagamos votos porque esta senda de normalidad democrática no se quiebre en el futuro.