­Con 212.000 vecinos cobrando menos de 1.100 euros, ser mileurista en Mallorca no debería ser motivo de vergüenza. No en los tiempos que corren. No en medio de la peor crisis. No en las islas de los 144.000 parados. Pero en una sociedad en la que los ricos ganan cada día más y los pobres se multiplican, el ser y el deber ser están muy reñidos. Por eso hay tanta vergüenza como indignación. O más. Se vio con el triste despliegue del 1 de mayo, cuando solo salieron a la calle 1.200 trabajadores de una sociedad con uno de cada cuatro adultos en paro. Y se volvió a ver en la elaboración de este reportaje: DIARIO de MALLORCA se topó con una decena de negativas a contar en la prensa contando las miserias propias con nombre y apellidos.

Y en este caso la no noticia es noticia: sus historias vividas en silencio hablan de miedo y vergüenza. El miedo del primer consultado, un abogado que teme la reacción del jefe que le paga menos de mil euros al mes a un titulado superior formado durante más de veinte años. Y la vergüenza de la segunda asaltada, una administrativa que trabaja en una recepción y se niega a que la realidad que siente como miseria sea pública, a que se sepa que décadas de esfuerzo se recompensan con un puesto en la profesión que quiso muy alejado del sueldo al que aspiraba.

O incluso la vergüenza de Juan, que da su nombre pero no su apellido y explica su pudor: "No voy a salir quejándome de los 800 euros que gano a los 40 años cuando en mi trabajo hay gente que gana menos y tengo tantos amigos en paro. No tienen ni para comer". Es la cicatriz de la crisis. La otra cicatriz. La psicológica. La social. La marca del miedo y la vergüenza propia y ajena, tan comprensibles como preocupantes: contribuyen a acelerar la espiral de deterioro de la calidad laboral.

No se cansan de decirlo los sindicatos, que dejan algo muy claro: es totalmente comprensible que el trabajador acorralado tema y sufra en silencio. "La gente tiene miedo hasta a coger bajas", resumen en UGT. "Al final cuando estás desesperado aceptas lo que sea. ¿Qué vas a hacer? El problema es que algunos se aprovechan de esto para ganar más dinero", reprocha el secretario de Acción Sindical. Describe abusos como los que se ejercen sobre las plantillas que quedan tras un ERE, a las que se obliga a hacer horas extra que exceden lo legal para cubrir el trabajo de los despedidos. O de empresas que contratan media jornada con la condición de que se trabaje completa.

Falsos autónomos

O de falsos autonómos como R., contratado como gestor de redes sociales para una empresa turística por la vía de la irregularidad: "Me ofrecieron el trabajo como si fuera a ser uno más en plantilla. Me entrevistó el jefe, me dijo que iba a ganar 1.100 euros y me citó para unos días después. Cuando me presenté me preguntó si ya me había hecho autónomo". R. se quedó blanco: para este publicista de carrera salir del paro pasaba por aceptar ser un falso autónomo. "Acepté, no podía aguantar más en paro. Ahora tengo jefe, trabajo todos los días en la misma oficina y solo tengo un pagador. La mayoría de mis compañeros tienen contrato. Yo de mis 1.100 euros pago 250 de autónomo y listo. Le pregunté a un asesor laboral y me dijo que era un falso autonómo de libro, pero, ¿qué haces? Lo tomas o lo dejas". El lo tomó. Como tantos.