Muammar el Gadafi descongeló en Mallorca uno de sus periódicos aislamientos de Occidente, al reunirse con Felipe González durante cinco horas en la casa del banquero Miguel Nigorra en Santa Ponça. El excanciller austriaco Bruno Kreisky –mentor del socialista español– fue el intermediario de la cumbre hispanolibia, celebrada en diciembre de 1984. Dos años después, los cazas norteamericanos sobrevolaban el espacio aéreo mallorquín para bombardear la residencia del "perro rabioso", como lo definió Reagan. La expedición mató a la hija de cuatro años del déspota africano. La venganza no se haría esperar, y Trípoli derribó en vuelo un avión estadounidense sobre Lockerbie, con 270 muertos. También este pecado le fue perdonado al singular gobernante, protegido hoy por Londres y Washington.

La llegada de Gadafi a Palma fue simultaneada por el gobierno español con la filtración de que Libia era tierra de acogida para los etarras, y que el régimen de Trípoli había aportado un cheque de 150 millones de pesetas –unos 900 mil euros– a ETA. En la rueda de prensa que siguió a la cumbre, el gobernante africano se desvinculó de la banda terrorista, para golpear a continuación donde más duele. De blanco impoluto bajo una capa verde, defendió que Ceuta y Melilla eran ajenas a la realidad española, bajo el formulismo "¿por qué habría de preocuparse España por dos ciudades árabes?". Esta declaración suscitó una oleada de reivindicaciones de las plazas norteafricanas. En la rueda de prensa, celebrada en el hotel Son Vida donde se alojaba, el histriónico gobernante adoptó una posición erguida, se cruzó de brazos y no pestañeó durante el intercambio. Nunca se sentó en la silla elegida por sus acompañantes, tras ensayar con una veintena de asientos. Su séquito grababa en vídeo a los periodistas congregados, para amedrentarlos.

Gadafi intentó que las esposas de los participantes en la cumbre no acudieran a la cena con González. Este alarde machista no contaba con el carácter de Corona Nigorra. La esposa del anfitrión reivindicó su papel y doblegó la obstinación masculina del líder libio. Mientras se desarrollaba el encuentro, la prensa y funcionarios del país norteafricano fueron agasajados con sobrassada, botifarrons y otros derivados porcinos, que consumieron con placer y sin efectuar comentarios. Ante la posibilidad de que se concretara el ingreso todavía no consumado de España en la OTAN, el excéntrico coronel desarrolló su vis apocalíptica para sentenciar que "cualquier Estado que se relaciona con esa organización entra de lleno en el marco del infierno, de la destrucción".

El secreto en torno a la cumbre mallorquina de Gadafi y González fue vulnerado por los trabajadores de Telefónica, que habían instalado líneas suplementarias en el hotel. La indiscreción convirtió el encuentro en un acontecimiento mundial. La esposa y los hijos del coronel también viajaron a Mallorca. El formidable despliegue de seguridad se entretuvo velando los carretes de Torrelló, el fotógrafo de este diario que desafió la integridad del régimen captando imágenes del voluminoso equipaje que desplazaba el líder libio.

González pagó un precio en imagen por su encuentro con Gadafi. Con posterioridad, el propio Kreisky preparó citas igualmente comprometidas con Arafat, que se convirtió en visitante habitual de la isla hasta el punto de que Formentor fue su último destino antes de morir.

El coronel libio también está vinculado a Mallorca por los aviones de la CIA con base en Son Sant Joan, consagrados a secuestrar a presuntos terroristas para conducirlos a la tortura. Washington intentaba devolverlo al redil y, para congraciarse con Bush, el B-737 salido de Palma cargaban a interrogadores libios especializados en torcer voluntades en el aeropuerto de Mitiga –situado en las inmediaciones de Trípoli–. De ahí, los espías norteamericanos con sede mallorquina y sus colegas norteafricanos volaban hacia Guantánamo, para desatar las lenguas de los presos en la isla cubana con los métodos de costumbre. La intensidad del tráfico y posteriores revelaciones diplomáticas confirman que Mallorca jugó un papel clave en la reconciliación occidental con el líder africano, que se ha torcido con su desplome. El primogénito de Gadafi y frustrado sucesor, Saif el Islam, frecuenta la noche ibicenca. Allí alternó con el líder ultraderechista austriaco Jörg Haider, ya fallecido.

Mallorca ofrece una singular perspectiva de los déspotas amenazados hoy por sus súbditos en países de matriz musulmana. Hassan II se besó con su hermano Juan Carlos I en el Valparaíso. Su hijo Mohamed VI fue uno de los invitados a la boda de Rosario Nadal y Kyryl de Bulgaria, vestido con la túnica tradicional. El argelino Bourguiba evocó el influjo de Ramon Llull en Formentor. En idéntica geografía, Mubarak amenazó a Occidente con réplicas del 11-S si no recompensaba su fidelidad. El penúltimo presidente de Mauritania visitó Marivent una semana antes de ser derrocado por un putsch militar. Al menos dos reyes árabes de la casa de Saud han disfrutado de la isla. Los Al Sabah reinantes en Kuwait poseen asimismo intereses inmobiliarios en Calvià.