Mercedes Vives Fuster tiene hoy en día 28 años y lleva dieciséis de ellos sometiéndose a tratamientos de diálisis interrumpidos por dos trasplantes de riñón que finalmente fueron rechazados por su organismo. En la actualidad se somete a tres sesiones vespertinas semanales –martes, jueves y sábado– de cuatro horas de duración que le dejan el cuerpo "como cuando regresas a casa a las seis de la mañana después de una larga marcha nocturna".

–¿Cuál fue el origen de su problema renal?

–Yo padezco una insuficiencia renal crónica porque uno de mis riñones, el izquierdo, no se desarrolló adecuadamente. Una persona puede vivir perfectamente con un solo riñón, pero el que me quedaba se fastidió por un reflujo de orina y por el hecho de que ya tenía que hacer un trabajo extra al ser el único que funcionaba.

–¿Qué solución le ofreció la medicina?

–A los doce años me hicieron un transplante de riñón en Barcelona, porque en Balears no se hacen este tipo de intervenciones con niños. Se decidieron a hacérmelo para que creciera con normalidad, porque someterte a las sesiones de diálisis impide el desarrollo corporal habitual. Yo, con doce años, coincidía en el hospital con pacientes de treinta y dos que tenían mi misma altura.

–¿Es necesario someterte a diálisis cuando estás trasplantado?

–No, claro. Pero el riñón ajeno no te dura para siempre. Al tratarse de una enfermedad crónica, tarde o temprano tu organismo genera unos anticuerpos que rechazan el órgano ajeno. No obstante, mi primer transplante me duró siete años. Y, repito, me hicieron esta intervención para que creciera, me viniera la regla, para que me normalizase, no porque fuera compatible.

–Pero no fue el único trasplante al que se sometió...

–No. Me hicieron el segundo en 2007. Aunque éste lo rechacé en tan sólo un año y medio.

–¿En que consiste una diálisis?

–Es un tratamiento que te limpia la sangre de las impurezas. Una máquina realiza la función que no pueden hacer tus riñones. A través de una fístula, que es una unión de una arteria con una vena, te conectan con la máquina. Llevo ya ocho fístulas hechas. Pues bien, te pinchan dos agujas en la fístula y a través de la arteria sale la sangre que pasa al circuito de la diálisis y retorna a tu cuerpo limpia a través de la vena. Se limpia por el filtro y el circuito cerrado de la máquina. Durante todo el proceso te ponen heparina para que no se te coagule la sangre.

–¿Cuántas veces se somete a este tratamiento?

–Tres veces por semana. Todos los martes, jueves y sábados. Como antes trabajaba, escogí el turno de tarde para evitar faltar tanto a mi puesto laboral. Cada sesión estoy 4 horas conectada a la máquina.

–¿Y cómo sale de la sesión?

–Terminas muy agotada fisícamente y, en mi caso, con dolores de cabeza muy fuertes y con la tensión muy baja. Si entro con unos valores de 13-8, suelo salir con unos de 9-6. Es como si tu cuerpo te dijera: ¡basta! Es la misma sensación que cuando te vas de marcha hasta las seis de la mañana. Te deja hecho un trapo.

–¿Cómo lleva esta vida tan esclava?

–No te queda más remedio que amoldarte y saber que dependes de una máquina. El gran damnificado de esta enfermedad es la familia, que se suele romper por esta dependencia.

–Acláreme algunas de las falsas creencias en torno a su enfermedad.

–Contrariamente a lo que se piensa, los que padecemos problemas de riñón no tenemos que beber muchos líquidos. La orina se te queda dentro del cuerpo y puede llegar a encharcarte los pulmones. Cuando tienes mucha sed es mejor aliviarla chupando un hielo. Tampoco puedes comer de todo por someterte a diálisis. Los plátanos los tenemos prohibidos. Y tampoco podemos abusar del tomate.