Isabel Morey había ido a Berlín a estudiar violín y se encontró con el acontecimiento más importante de la historia europea de la segunda mitad del siglo XX. La joven mallorquina no hablaba alemán, "así que apenas me enteré de lo que estaba pasando". Recaló en Berlín en agosto de 1989 y vivía en Berlín occidental, mientras que su profesora residía en el Este y debía hacer el penoso cruce de la frontera cada vez que tenía clase.

El 9 de noviembre no le dejaron atravesar el Checkpoint Charlie, que era la frontera Oeste-Este para los extranjeros. Aún se conserva para los turistas un símil de la caseta que separaba a las dos ciudades, en Friedrichstrasse. "Recorrí las fronteras con un periodista español, pero me fue imposible entrar en el Este". Ese día se celebraba el 40º aniversario de la creación de la República Democrática Alemana, y había acudido Mijail Gorbachov, motivo por el que la ciudad estaba cerrada a cal y canto a los extranjeros.

Desencanto de los comunistas

La profesora de música de Isabel Morey era una comunista convencida, miembro del partido y por ello, tenía todos los privilegios de los militantes, sobre todo línea de teléfono. Nunca aceptó la unión de la ciudad, al igual que muchos comunistas alemanes. Aún hoy hay una parte importante de la sociedad oriental que echa de menos aquellas épocas, más tranquilas porque se sentían protegidos por el partido.

Isabel recuerda la euforia de aquellos días en la zona occidental. "Era una ciudad en fiesta permanente, la gente salía a la calle con botella de champán e iban a buscar a los familiares que vivían en el Este, o a ver antiguas casas que tenían en algún punto de la ciudad".

"El Gobierno occidental daba 100 marcos a los orientales para que pudieran comprar en la otra zona", explica Isabel Morey, que veía que los principales productos que compraban eran "plátanos y chocolate" que llevaban a casa a bordo de los Travants.