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Temporada de Ópera

Espectacular hechizo de luna

Más de 500 espectadores disfrutaron ayer en el Teatre Principal del estreno de 'Salomé', de Richard Strauss

Nicola Beller-Carbone (Salomé) y Mark S. Doss (Jokanaan) cantando bajo la luna y con la orquesta al fondo. b. ramon

Cinco minutos de aplausos sostenidos y varios bravo desde la platea fueron síntoma de que la función gustó mucho. Si encima, cuando sales del teatro, un crítico especializado en la materia te espeta un "brutal", es que el éxito ha sido importante. Nota alta para el estreno anoche en el Teatre Principal del concierto semi-escenificado de Salomé.

El reto era complicado. Los cantantes contaban con un pasillo de dos metros escasos de ancho para moverse e interpretar escenas de gran peso dramático y trágico. El motivo de la limitación de espacio: el emplazamiento de la orquesta sobre el escenario. El foso se quedó pequeño para una formación con cerca de 30 refuerzos, los necesarios para afrontar la compleja y expresionista partitura de Strauss.

Antes de empezar la función, no eran pocos los espectadores (no llenaron el teatro) que fotografiaban móvil en mano a los músicos de la sinfónica, afinando instrumentación. Y la gran luna que presidía el cuadro escénico empezaba a surtir su efecto en el subconsciente de la platea. Sin que nadie lo sospechara. A golpe de vista, pocos elementos sobre el escenario, los mínimos y justos para que avance la acción. Y la luna llena, impertérrita, la gran protagonista.

Peter Svenson (Herodes) y Iris Vermillion (Herodias). B. RAMON

Primera escena, con un gran José Manuel Sánchez bordando a Narraboth, en voz e interpretación. La cantera es buena. No tardará demasiado en aparecer en escena el cantante que hechizó al público, el barítono Mark S. Doss, en la piel de un resistente y a veces alucinado Jokanaan. Doss se desvivió por interpretar al profeta encarcelado que en algún momento de la función y que según la cosmovisión actual del mundo podría parecer un fanático de la religión. Sudó -literalmente- el papel.

Tras el anuncio -de sus labios- de un posible incesto en tierras de Judea y proferir contra las mujeres - "son las que traen la maldición al mundo"-, entra en escena una Salomé pizpireta y atrevida. Hágase notar que era la única en la función que no llevaba indumentaria de concierto de base acompañada por una capa, con más oropel cuanto mayor era el rango social del personaje. El dramatismo, el miedo, la desesperación, la lujuria y la obsesión enfermiza fueron ferozmente interpretados por la soprano Nicola Beller-Carbone. Que moduló con gran acierto el volumen de su voz a la muy expresiva y oscura partitura de Strauss. De una modernidad que estremece. Hubo soltura y teatralidad -necesaria por la falta de espacio- en la soprano.

Notas altas también para el tenor Peter Svenson (Herodes) y la mezzo Iris Vermillion (Herodias). Los rostros de deseo del tenor por la joven mientras ella baila para él la danza de los siete velos fueron como los Jeremy Irons en Lolita. Su portentosa voz tampoco le falló.

El resto del elenco, correcto. Con algún error en el volumen de las voces.

La orquesta, y el director musical Gillermo García-Calvo, maravillosos.

Los mejores momentos: el primer encuentro entre Salomé y Jokanaan; el cuadro con los cinco judíos, por la complejidad de la partitura; y cuando la princesa le canta a la cabeza del profeta "el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte".

Más de 500 personas acudieron al estreno del Principal. G. BOSCH

Un bravo aparte merece el director de escena Jaume Martorell. Por conseguir que tan pocos elementos significaran tanto. Es el caso, por ejemplo, del gran velo de color rojo que, durante el baile de la protagonista, se mueve sobre el escenario y que simboliza el sexo. Los cambios de luz también encajaron con los sentimientos de los personajes y ayudaron a separar las escenas de esta ópera en un sólo acto que duró una hora y 45 minutos. Escenográficamente, es una Salomé contenida (poco gore), simbólica, pero profunda. El domingo, a las 18 horas, se vuelve a alzar el telón.

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