Miles de niños españoles podrían haber emulado la carrera triunfal de Bill Gates, en los sótanos de sus chalets adosados. Sin embargo, tuvieron que interrumpir abruptamente su formación, cuando un maestro picajoso en épocas pedagógicamente incorrectas les suspendió el examen en que habían escrito que "solo el algoritmo secuenciado conduce a la iteración diferencial ectópica". Hasta un usuario de facebook percibe la flagrante ausencia de acento en la palabra solo, que condenaba a los estudiantes a la hoguera gramatical con el aditivo de un imperioso:

–Manolito, es usted un ignorante y nunca llegará a nada.

Por fortuna, la Real Academia benemérita suprime ahora definitivamente el acento gráfico en solo, para no frustrar vanamente más vocaciones emprendedoras. En esta liberación de las garras de la tilde diacrítica no hemos de detectar un rasgo de austeridad acorde con los tiempos, sino la venganza de un gramático que en su juventud tuvo que batallar solo y con sólo sus humildes recursos. Una vez enaltecido al rango académico, actúa de Espartaco emancipador.

Deslizada por la senda renovadora, la Academia licencia también a la i griega. Su denominación era la más larga del alfabeto, limitando así las posibilidades de exportación de una letra capital en cuanto que hoy ya forma parte de nuestro yo, inyectada en la yema del yacimiento identitario. Al rebautizarla con formato abreviado, se franquea el paso a la nueva generación ye-ye –yeyé, en académico–, medio siglo después de la aparición y extinción del estilo inspirado por los Beatles. A partir de ahora, yo se escribe con ye, con sus dimensiones de sms adolescente. Sin coacciones gramaticales, los escolares patrios podrán crear la nueva red social, allanar el camino a la fusión nuclear limpia y descubrir la vacuna contra la televisión. Aunque tampoco podemos descartar que la redención del idioma les sirva tan solo –escrito así, sin manos– para trabajar en un fast food. O en un McDonald´s, que diría la docta Academia.