La extraña, dispersa y fidelísima tribu que, de vez en cuando, se ve sobresaltada por el regreso del cantante Noel Soto se encontró sometida al dilema de encontrárselo como pre-candidato a Eurovisión. La rama más abierta le votó amorosamente; la ortodoxa, en nombre del mismo amor, se negó a hacerlo porque no quieren en ese recinto ferial al que fue el más prometedor cantautor eléctrico de mediados de los setenta, el más variable de los compositores-intérpretes y el más errático y errado conductor de su carrera.

Noel Soto brotó con Noche de samba en Puerto España, una de las canciones míticas menos vueltas a oír de la historia de la música española, y pagó que sus baladas fueran cantadas con su delicada voz queda y no con los agudos falsetes o los graves cabríos de los cantantes cardados de los setenta.

Como premonitoriamente, tituló su segundo elepé, el progresivo, Alfa y Omega (1975) y recogió un prestigio infrecuente para españoles entre los finos elepeístas de la época. Luego metió todo tipo de parejas en El arca de Noel.

Ha sido capaz de hacer piezas delicadísimas de máxima sencillez y profunda tristeza, pura alma de cara B, como Jaque mate y efectos sonoros como Un tonto en la carretera que llevó al festival de Benidorm como podría haberla llevado a la Dirección General de Tráfico.

Mejor cuando se pone triste que cuando se pone alegre, mejor cuando se pone sentimental que cuando le da por protestar, Noel Soto se puede vivir entre la reivindicación a voces que nadie le ha hecho y los placeres culpables que, por sí mismos, son difíciles de confesar.

Lo mejor de este número pre-eurovisivo fue que 86.334 personas de las que le vieron, votaron su Canciones tristes y que en You Tube, la memoria externa de la sentimentalidad musical, se le encuentran cosas.