El ser humano es un mamífero que además de sus extremidades, sus vísceras, sus apéndices, y todo lo demás, posee ideas. ¿Cuántas? No lo sabemos, pues están sin catalogar, lo que no deja de resultar sorprendente dada nuestra afición a los inventarios. Las ideas tienen sus propios sistemas de canalización. Uno abre el grifo invisible que llevamos todos dentro de la cabeza y comienzan a salir ideas al modo en que sale el gas cuando abrimos la llave de paso. A veces salen las mismas ideas disfrazadas de maneras diferentes, para que parezcan distintas. Pero no se dejen engañar, son la misma. Hay personas capaces de vivir una existencia larga con una o dos ideas que entran y salen de la cabeza al modo del agua en esas fuentes que poseen un circuito cerrado y que están tan de moda. Las venden en los supermercados y centros de jardinería y poseen la fascinación de lo que no deja de moverse sin ir a ningún sitio. Los niños se preguntan por qué el agua no se acaba nunca, o por qué no se llena el pequeño estanque sobre el que cae. Conviene no revelarles muy pronto que el asunto tiene trampa. Una vez que uno descubre los circuitos cerrados pierde la fe en más cosas de las deseables.

Ayer asistí a una conferencia en la que el ponente logró hablar durante hora y media manipulando dos ideas a las que se veía perfectamente salir de su boca y volver a entrar por sus oídos. A veces salían en un orden distinto al que habían entrado, pero las reconocías enseguida. Mucha gente se durmió a la tercera o cuarta vuelta, pero yo seguí fascinado todo el proceso. Ahí es donde se me ocurrió la posibilidad de hacer un catálogo con todas las ideas que circulan por el áspero mundo. No son muchas, créanme, en ninguno de los órdenes en los que actuamos. Se podrían entregar por fascículos, a través de los periódicos o regalar en las cajas de los supermercados, al pagar la cuenta. Su lectura nos colocaría frente a nuestros límites, nos haría más humildes, nos empujaría a producir más, para escapar de la monotonía dominante. Todo ello sin contar con que en la canalización de los circuitos cerrados, por bien aislados que estén, se producen pérdidas. Quiere decirse que si no se renuevan, acaban por secarse. Qué miedo, abrir el grifo y que no salga ni una gota (ni una idea).