Cecilia Malmström, ministra sueca de Asuntos Europeos, acaba de ser designada nueva comisaria europea. Malmström es una política nórdica al uso. O lo que es lo mismo, alejada del oropel excesivo que acompaña al más insignificante conseller del gobierno de Balears.

Una cita con la ministra en la sede de la presidencia del Gobierno en Estocolmo resulta más sencilla que con el director de una oficina bancaria en Palma. Se entra por la puerta sin más seguridad que la que proporciona el policía que abre una puerta de cristal. Al mismo tiempo, Joseph Blatter, el todopoderoso presidente de la FIFA abandona el edificio. En el vestíbulo espera una mujer alta y delgada, de rasgos poco nórdicos, labios finos y enormes gafas. Es la ministra. Solo la acompaña una ayudante, saluda uno a uno a la docena de periodistas de Cataluña y Balears que van a reunirse con ella. Les conduce hasta la sala y enciende las luces. No hay bedeles ni agentes de seguridad ni una corte de jefes de prensa y asesores. La ministra a pelo y dispuesta a expresar su visión de Europa. Cualquier conseller del Govern exigiría más protocolo que el que acompaña a la señora Malmström y a la mitad del gobierno sueco.

Esta licenciada en Ciencias Políticas de 41 años milita en el Partido Liberal, integrado en una coalición de centroderecha que en 2006 desplazó del poder a los socialdemócratas suecos por segunda vez en 80 años. Sin embargo, pese a formar parte de un gobierno no progresista, en 2007 no dudó en manifestarse por las calles de Varsovia para protestar contra la presión que el Ejecutivo polaco de los gemelos Kaczynski ejercía sobre los colectivos gays.

Malmström es licenciada en ciencias políticas y autora de varios libros sobre regionalismo en Europa. Habla un perfecto español y entiende el catalán, incluso lo habla un poco. Cuentan en Bruselas que algunos eurodiputados de Convergència i Unió han sido felicitados por el nombramiento de una ´comisaria catalana´. Vivió asiduamente en Barcelona por cuestiones profesionales y académicas a finales de los años 80. Recopilaba datos con los que escribir su tesis doctoral sobre el nacionalismo. Es una experta en la materia, al menos desde un punto de vista teórico, porque en sus posiciones políticas es una europeísta convencida.

Es partidaria del euro pese a que Suecia está fuera de la moneda única tras rechazarla en un referéndum. Espera que a principios de 2011 se pueda celebrar una nueva consulta en la que gane el sí. Asegura que la UE ha hablado con una sola voz ante la crisis económica. Firme defensora de la incorporación de países con los que no habrá grandes problemas, como Islandia, pero también de la de Turquía, pese al rechazo frontal de Francia y Alemania y a los 70 millones de nuevos europeos que traerá consigo.

Tras siete años en el Parlamento Europeo y tres en el ministerio, es consciente de lo que cuesta avanzar y se muestra como una fiel cumplidora de los preceptos de la Unión. Durante los seis meses de presidencia sueca ha tenido que bregar con los obstáculos que Polonia y Chequia han puesto a la ratificación del Tratado de Lisboa. Ha ejercido la virtud de la paciencia ante Vaclav Klaus antes que la presión. Lo demostró cuando se le preguntó si un país puede echar por tierra las expectativas de otros 26: "Comprendo su frustración, pero según los tratados se necesita la unanimidad para aprobar un nuevo texto". Y ni una palabra más.

Síganla. Esta política sueca al uso –sin estridencias, sin una palabra más alta que la otra...–, esta comisaria europea inminente, castellanoparlante, catalanoentendiente y experta en nacionalismo tiene madera y juventud más que suficientes para apuntar alto.