El peor ministro de Cultura de la democracia ha convertido los premios nacionales en auténticos baldones. Los creadores no quieren recoger los 30.000 euros que reparte ese Wert sonriente que le pone un 4% de IVA a las revistas porno y el 21% al teatro y a la música. Ni la crisis, que ha dejado el sector hecho un solar, logra quebrar la voluntad de personas que al fin y al cabo viven de representar de forma bella y fiel unos determinados pensamientos, sentimientos y pasiones. En Palma también tenemos el elocuente ejemplo del galerista Ferran Cano, que no aceptó la medalla de la ciudad y devolvió su premi Ramon Llull para mostrar el rechazo a unas políticas contrarias a la cultura y la lengua propias de esta tierra.

No sé si Mariano Rajoy y Wert pillan lo que está ocurriendo: para los mejores de este país, la medalla es no colgarse ninguna de las distinciones que ellos diseminan una vez al año para esconder su pasotismo olímpico respecto al saber. En un momento en que ellos, los políticos y sus adláteres de la justicia, nos avergüenzan con sus maniobras contra el bien común, vale la pena elogiar a quienes no se venden ni barato ni caro. Su ejemplo no tiene precio.