Saber cómo era la vida de los monjes que habitaron Cabrera entre los siglos V y VII d. C., cuando Balears formó parte, primero, del territorio del reino vándalo y, posteriormente, del imperio bizantino, es uno de los principales objetivos de una exposición que incluye más de 150 piezas encontradas en aquella isla desde el año 1999 y que desde hoy y hasta el próximo 15 de junio pueden contemplarse en el Castell de Bellver.

El Monestir de Cabrera s. V-VII d.C. es el resultado de las excavaciones y prospecciones efectuadas en las últimas décadas, desde que Magdalena Riera, arqueóloga municipal de Palma y comisaria de esta exposición junto a Mateu Riera, descubrió una tumba de un eremita cabrerense durante unos trabajos de renovación de la red de abastecimiento de agua. "Empecé este proyecto en solitario, a finales de los 90, cuando no había nada, ni siquiera móviles", recordó ayer durante la presentación de la muestra, organizada por el ayuntamiento de Palma con la participación del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, el Govern y el Consell.

"Esta exposición permitirá descubrir uno de los tesoros desconocidos de Cabrera", apuntó Neus Lliteras, directora general de Medi Natural, Educació Ambiental i Canvi Climàtic del Govern, en referencia a la comunidad eremítica de Cabrera. La existencia de ésta era conocida desde hacía siglos gracias a una fuente escrita: una carta remitida por el Papa Gregorio I a un funcionario en la que le pedía que "de camino a Málaga se detuviera en la isla ante la existencia de unos monjes que actuaban de modo perverso", explicó Mateu Riera.

Aquella comunidad, que debió tener "cierta relevancia", eligió Cabrera y no Mallorca -con más recursos y población que evangelizar- "siguiendo la idea de desierto ya practicada en Oriente", indica Riera. "Los monjes preferían los deshabitados islotes como lugares ideales alejados de la civilización para instalarse, como también hicieron en otros enclaves del Mediterráneo, caso de Iles de Lérins, al sur de Francia".

Se cree que la comunidad monacal, que aprovechó el que está considerado el mejor puerto del Mediterráneo occidental después del de Maó, estableció una subsede junto a la Colònia de Sant Jordi, en el Illot dels Frares, para intercambiaban mercancías con los pueblos del sur de Mallorca. Testimonio de aquella relación son los restos de una ánfora africana exhibida en Bellver. Un alto número de las piezas expuestas proceden del yacimiento del Pla de les Figues, el principal de Cabrera -del que solo se ha excavado un 3 por ciento-, en el que hay restos que evidencian que allí se encontraba el cenobio, donde vivía la mayoría de monjes en comunidad. El resto lo hacía en los eremitorios de Son Picornell y el Clot del Guix. Dos de las joyas de la muestra son una lauda sepulcral y los fragmentos de una columna de mármol que podría haber pertenecido al altar de la iglesia levantada por los monjes. "En ninguna basílica paleocristiana se han encontrado fragmentos de mármol, un material que requería cierto poder adquisitivo", señaló Mateu Riera.

El cenobio y la necrópolis han sido los dos lugares más excavados, de donde se han recuperado elementos para la iluminación de la iglesia y restos cerámicos con iconografía propia del cristianismo primitivo.

Para complementar la muestra se realizarán visitas guiadas, talleres familiares, ciclos de conferencia y una dramatización sobre los personajes que habitaron Cabrera a cargo del actor Rodo Gener.