Hegel imaginaba la Suecia actual, cuando apuntó como régimen perfecto a una monarquía constitucional en la que el rey se limita a estampar su firma en la línea de puntos. La hermana del soberano carece incluso de rúbrica, y Birgitta cumple a la perfección con esta discreción rutilante y caritativa. En cambio, Cristina de Borbón hundirá fraternalmente a la corona española. Obliga a las instituciones del Estado a prostituir sus firmas hegelianas, para disfrazarla de la inocencia que sólo el dinero negro puede comprar.