El decorado ya preparado para la inminente Flauta Màgica sirvió de caja de resonancia y transformó para bien la siempre complicada acústica del Teatro Principal cuando a música orquestal se refiere. Muy bien, entonces, el sonido, que llegó claro y matizado.

El mismo decorado nos llevó a pensar que si Tamino, el príncipe de la ópera de Mozart, hubiera recibido un violín en lugar de una flauta, bien podríamos pensar que el instrumento tendría el sonido que Francisco García Fullana sacó de él en el concierto para violín de Brahms que ocupó toda la primera parte de la sesión que comentamos.

El antes Paquito es ahora Francisco, lo que indica mucho más que un concepto semántico, es un signo de madurez artística y personal: La Juilliard imprime carácter.

La versión que ofreció nuestro solista es pura, sin aditivos, personal. Si bien declara que la de Oistrakh es un referente, su lectura es nítida, incluso ingenua, en el buen sentido de la palabra. Seguro que dentro de unos años, pongamos diez, ese gran (por esencia y por duración) Concierto de Brahms sonará diferente en las manos (nunca mejor dicho) del mismo solista. Solamente los instrumentistas grandes cambian con el tiempo sus ideas respecto a las obras grandes. Glen Gould lo hizo con la Variaciones Goldberg. ¿Por qué no podrá hacerlo Francisco García? La versión futura no será ni mejor ni peor que la actual, será, simplemente, diferente. (Propongo que en esa versión que profetizamos se invite a Salvador Brotons para que dirija el conjunto instrumental ya que nos hemos quedado con las ganas de saber cómo hubiera acompañado al prodigio)

Afinado siempre (los agudos no engañan), contundente y lírico al mismo tiempo, García Fullana estuvo preciso y entregado. Genial, en definitiva.

¿Y la orquesta? Espléndida. Sin reparos. Nuestra Simfònica interpretó el mejor Brahms posible en directo. Las maderas muy musicales en el segundo tiempo del concierto y en toda la Primera Sinfonía (en un artículo anterior anuncié la tercera. Mea culpa). Las cuerdas impecables siempre y con muy buen sonido en los, nada triviales, pizzicato. Curiosa, no por nueva (Luis Remartínez también lo hace), la situación sobre el escenario, con las violas a la derecha del director y los violoncellos en medio.

Gestual, sin teatro, el director invitado. Álvaro Albiach ha dejado huella, en la orquesta y en el aficionado. Tiene las ideas claras sobre lo que quiere sacar del conjunto y las pone en práctica. Tanto en la primera parte como después en la sinfonía, consiguió de la orquesta su mejor concierto de temporada hasta el momento. Sin duda.