Tras la comedia Miracle a Llucmajor, Sebastià Alzamora se ha atrevido con un thriller salpicado de elementos fantásticos en el que recrea el asesinato perpetrado por pistoleros anarquistas de 172 religiosos de la orden de los maristas que pagaron una fortuna para escapar de Barcelona. Crim de sang verá la luz en Proa a mediados de febrero.

–¿Cambiar de tema tan fácilmente en sus novelas le viene de su faceta como articulista en prensa?

–Lo que cambia más en mis novelas es el género y los argumentos, por eso parecen tan distintas. Los temas acaban siendo los mismos: el mal, el amor, la necesidad que tiene la gente de encontrarse, los abusos de poder. Soy curioso y siempre pruebo con registros y géneros distintos que a mí me gustan como lector. Los artículos son una probatura más.

–¿Qué queda del grupo Els imparables al que usted pertenecía?

–Lo recuerdo con mucha simpatía y como un momento muy eufórico. Hace unos ocho años se produjo una situación que se suele dar en todas las literaturas: lo que hicimos es agitar el gallinero, remover una situación, la de la literatura catalana, que estaba en un momento de excesiva tranquilidad.

–¿Aún estáis enfrentados con la generación anterior?

–Aquello dejó de tener sentido en el momento en que se terminó el debate que quisimos generar entre la gente. Además, ahora ya tenemos una edad en la que sería extraño presentarnos como agitadores. Entre nosotros queda la amistad.

-¿Cuánta estrategia había tras Els imparables?

–No había estrategia. Improvisamos. Si hubiera sido de otro modo, la cosa no habría funcionado.

–¿Continúa apostando por la literatura de ideas frente a la experiencial de la generación anterior?

–Sí. La literatura contiene ideas necesariamente. Si no es así, se convierte en un simple artefacto que puede ser muy ingenioso pero sin ningún contenido. Cuando escribes debes transmitir una visión del mundo y de la condición humana.

–¿Se encontró con muchas dificultades para ascender en el mundo literario?

–No. Las naturales y propias de cualquier oficio. En un primer momento, tu reto como escritor es conseguir publicar. Una vez lo consigues, tratas de mantenerte y de dar con lectores interesados en lo que escribes.

–¿Baltasar Porcel le ha ayudado mucho en su carrera?

–Más que ayudarme él directamente, porque cuando le conocí yo ya tenía algunos libros publicados, me ayudaron sus novelas: me daban ganas de escribir. Es cierto que tuvimos una relación afable y muy cordial. Porcel era generoso con los jóvenes. Recomendó a muchos autores en su columna de La Vanguardia, entre ellos a mí. Lo que más me impresionó de él era la fe que tenía en la libertad, tanto en la escritura como en el campo de la ideología.

–¿Cuál es la importancia real y el alcance de un premio literario?

–Cada premio tiene su propia idiosincrasia. Los premios son básicamente mecanismos de proyección de una obra. No creo que una obra de un escritor con premio sea más buena que otra que no lo tiene, pero tampoco creo que necesariamente sea más mala. Los autores muy premiados levantan suspicacias. Es posible que quienes hablan mal de éstos lo hagan porque les gustaría que los galardones recayeran sobre ellos mismos. Son cosas muy humanas.

–Usted ha ocupado diversos cargos de confianza en instituciones como el IEB o la Generalitat de Catalunya. Pero ahora ya no. ¿Quema estar cerca del poder?

–La experiencia que yo he tenido no me ha quemado. Sí he podido notar hacia mí suspicacias o miradas sesgadas por el hecho de ocupar un cargo en la Administración pública. Y lo entiendo, porque las personas que trabajan en la Administración deben estar sometidas a examen y vigilancia, pero cuando eso se convierte en un prejuicio no es positivo.

–Usted trabajó en el IEB durante la legislatura de Matas, duró siete meses. ¿Problemas de ideología con el partido?

–No. Mi cometido allí era de tipo técnico. Duré poco porque las circunstancias personales me llevaron a instalarme en Barcelona.

–¿Pero estuvo de acuerdo con la salida del Ramon Llull en 2004?

–No, estaba en contra. Precisamente Janer Manila me llamó desde el IEB para intentar reconducir la situación junto a él. La labor de Janer fue en positivo y con la voluntad de recomponer una situación rota de un modo absurdo. Le quise ayudar.

–Con la política lingüística que está desarrollando el PP y sin necesitar a CiU en el Congreso, ¿nos queda mucho en el Ramon Llull?

–No sé. Tengo claro que lo correcto es que estemos dentro. En cuanto a las actuaciones en materia lingüística del Govern, creo que son de una agresividad como no habíamos conocido antes. Están desmantelando el marco jurídico y legal de la lengua propia de las islas. No sé cómo puede influir todo esto en el Llull. Lo que no puede hacer un gobierno es gobernar contra su propia ciudadanía. Y eso es lo que parece que quiere hacer este Govern.

–Si el PP ahora le propusiera un puesto como gestor en el IEB o en otra institución, ¿aceptaría?

–Me extrañaría que me propusieran algo. Lo que puedo decir es que con estas políticas no puedo estar de acuerdo.

–Crim de sang es un thriller que gira en torno al mal. ¿Por qué ha elegido este género?

–La novela negra va muy bien para plantear conflictos entre individuos y sociedades enteras. Uno de los temas del libro es el mal. De alguna manera quiero mostrar que el mal se produce en cualquier ideología cuando ésta se lleva hasta sus últimas consecuencias. El mal es una cuestión humana y se puede manifestar en cualquier momento. Pero también dejo entrever que la vida es una fuerza más potente que el mal y que siempre se acaba imponiendo.

–También se rastrean elementos fantásticos típicos de la novela gótica. Es extraño encontrar un autor de aquí con una tradición anglosajona alejada del realismo.

–Siempre me han gustado mucho Poe o Henry James. Llegué a muchos de estos autores a través de Borges. Es posible que en España y en Cataluña se haya hecho una literatura más realista porque durante el franquismo la literatura escapista estaba mal vista. Hemos tenido un siglo XX duro, por eso nuestra literatura ha estado marcada por este contexto socio-político crudo, poco dado a la fantasía.

–¿Volveremos a leer al Alzamora profundo de Mula morta?

–No lo sé. No me planteo cómo voy a escribir. Mi último libro de poemas, La part visible, estaba muy conectado al poemario que me comentas. El que está detrás es el mismo escritor, pero diez años más tarde. Es decir, soy yo, y unas cuantas cosas más. Cada vez me cuesta más acabar un libro de poesía. Probablemente antes era más visceral. Ahora le doy más vueltas al poema.

–La novela ganadora del Sant Jordi está ambientada en los primeros meses de la Guerra Civil. ¿Hemos esperado demasiado en recuperar esa memoria?

–Sí. Se han perdido oportunidades valiosas, testigos vivos. La Transición se presentó como modélica, pero tuvo un problema grave: se quiso pasar página, pero habían pasado cosas terribles que quedaron sepultadas bajo el silencio. Pasados los años, el silencio se fue rompiendo solo. Nuestra generación ya no vivió la guerra ni la dictadura, y nos preguntamos qué había pasado aquí.

–¿Es bueno el nacionalismo para la cultura?

–El nacionalismo en general no es nunca deseable. Yo nunca me he sentido nacionalista por haber nacido en un lugar determinado. Pero que haya gente que hoy en día te cuestione la existencia de la literatura catalana es un absurdo. En mi caso creo que podría decir que soy un catalanista reactivo, de reacción a este tipo de situaciones en que cuestionan mi lengua. En cuanto a la cultura, el problema del nacionalismo es que exalta lo propio aunque sea deficiente.