Contaminados por un mal invisible. Hereditario. Casi perpetuo. Así llegan a Mallorca cerca de cuarenta niños del sur de Bielorrusia que son acogidos cada verano por las familias de la Associació Per Ells (www.perells.balearweb.net). El viaje a la isla, convertido en costumbre para muchos de ellos cuando julio asoma, no es un tema baladí en sus vidas, escritas en gran parte por la tragedia nuclear de Chernóbil. Con Fukushima muy fresco en la memoria y el debate sobre las centrales nucleares sobre la mesa, la productora mallorquina Quindrop ha querido rescatar en un documental la vida cotidiana de estos bielorrusos que vienen cada estío –y en ocasiones por Navidad– a la isla para descontaminarse de la radiactividad. Y así rebajar ese mal silencioso que les va apagando la vida.

Vacaciones en Chernóbil, el título de los treinta minutos de cinta, está casi rodado al cien por cien. De momento, Alberto Jarabo, su realizador, cuenta con metraje filmado en la isla la pasada Navidad y en Bielorrusia, donde estuvo junto a las familias de Per Ells en abril. Marta Hierro, la guionista del proyecto, no pudo acompañarle por su embarazo, estado poco aconsejable para las radiaciones. Ambos profesionales del audiovisual son los mismos que firmaron Els monstres de ca meva, premiado como mejor documental de Derechos Humanos en el New York International Independent Film & Video Festival y en el Inquiet de Valencia.

El punto de partida de la cinta: la visita de las familias de acogida al entorno de los niños bielorrusos que vienen a Mallorca en verano. "Hemos estado en orfanatos y hospitales de la región de Gomel", explica Jarabo. "La verdad es que las instalaciones están mejor de lo que pensábamos. Pero el frío les afecta muchísimo. Es difícil conseguir aislamiento", continúa. Hasta aquí la parte más bondadosa de su realidad. Porque, amén de los problemas de salud por la radiactividad (cáncer de tiroides, mutaciones genéticas), la contaminación también ha sido social. "Tras la explosión hubo gente que se quedó y no pudo exiliarse. Sus consecuencias a día de hoy han sido devastadoras: problemas económicos, paro, desestructuración familiar, alcoholismo", enumera Hierro. La cara B de la tragedia.

"Hemos visto gente enloquecida por el alcohol en las calles", atestigua Jarabo.

Las mediciones de la radiactividad a los niños y a la tierra de Gomel, frontera con Ucrania, donde hace 25 años tuvo lugar la explosión nuclear, estructuran también el documental. "Una tierra que justamente es la zona productora de alimentación y verduras de todo el país", apunta Jarabo, quien acompañó al Instituto Independiente de Seguridad Radiológica de Belrad para tomar dichas mediciones. "Todo sigue contaminado; lo que pasa es que está en el máximo de los límites razonables permitidos por la Unión Europea. Son niveles que están en la frontera con lo que se considera perjudicial", prosigue.

En otra secuencia los niños se sientan en un sofá. Un experto calcula su radiactividad. "Ellos están entre los 25 y 30 bequerelios. En una semana, yo alcancé los 12, y nuestra productora, Magdalena López-Baisson, alcanzó los 17", detalla. La contaminación se da prisa. Pero su acción contraria también. Esperanza Seguí, presidenta de la Per Ells, asegura que en mes y medio de estancia en Mallorca los niveles bajan mucho y mejoran. "Nos han contado allí que desde que vienen a la isla cogen muchos menos resfriados y que, en general, están más sanos", relata entre la ilusión y la desesperación, porque su asociación no recibe apenas ayuda institucional. "Sólo unos cuantos ayuntamientos nos echan una mano. Nadie más. El resto lo ponemos nosotros", afirma.

No todo fue un camino de rosas en Bielorrusia. Muchos expertos se negaron finalmente a hablar y a conceder una entrevista a Jarabo al conocer el tema del documental: el maldito Chernóbil. Un silencio social visualizado en la cinta, que se estrenará en Televisió de Mallorca la tercera o cuarta semana de junio.