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El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
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El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
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El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
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El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
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El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
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Bernardo Arzayus
El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
El Café Lina es uno de esos bares donde los mesoneros nunca incomodarían con miradas asesinas a un indígena balear por ocupar una mesa durante una hora para tomar un café. Socializar, acoger y servir bien a los clientes está por encima de facturar a toda costa. Una pareja de jubilados mira la televisión frente a dos descafeinados. Charlan e interactúan con otros vecinos que están en la barra. No miran la pantalla del móvil. Aún es posible que el tiempo transcurra con lentitud: el Lina regala estos momentos. Ayuda el ambiente hospitalario del local, propiciado por la inigualable simpatía de Domingo Riera, responsable del negocio desde hace 35 años, y su hermana Margalida, estricta, pizpireta, pero siempre con una sonrisa en la cara. Saber qué quiere cada cliente que entra por la puerta también suma al deseo de regresar. “Acierto el 99% de los casos. Me lo sé todo de memoria”, presume el hostelero desde detrás de la barra.
Bernardo Arzayus
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