Los monárquicos recalcitrantes viven desde hace tiempo bajo el ´síndrome Lady Di´. "Estos jóvenes príncipes de ahora -comentan- creen que se pueden casar con cualquiera". La actual generación de nuevas princesas -y algún príncipe- ha mezclado, ciertamente, la sangre azul con la roja. El paralelismo establecido el pasado fin de semana por la prensa italiana entre la princesa de Asturias, Letizia, y la fallecida Diana, princesa de Gales, alerta de los riesgos que corren las monarquías con la llegada de plebeyos. Y es posible que Diana acabe costando un trono, pero al príncipe Carlos, que se divorció de ella y se casó con ´la otra´, Camila Parker.

Porque el ´síndrome Lady Di´ tiene otra cara. La ´princesa del pueblo´ fue capaz de acercar a los británicos la rígida corona de Isabel II. Su muerte en trágicas circunstancias la apuntaló como mito y su sombra aún planea y ha ´revivido´ con el anuncio de boda de su hijo.

La princesa Letizia, es verdad, continuó la senda de Diana Spencer. El heredero se casó con una ex periodista, presentadora de telediarios y divorciada. Sin embargo, la Casa del Rey trabaja en potenciar su imagen en favor de la del príncipe Felipe, consciente de su enorme tirón popular.

Pero si Letizia tenía un pasado -algo hasta ahora inconcebible en una futura reina- qué decir de Mette Marit de Noruega. Madre de un niño cuyo padre tuvo problemas legales. En el caso de Máxima Zorreguieta, el ´pero´ era la relación de su padre con la dictadura militar argentina. Sin embargo, estas princesas plebeyas, hasta ahora, no han dado motivo de escándalo y han cumplido con el papel que se espera de ellas. Tampoco son las primeras. Ahí está la reina Silvia de Suecia, una ex azafata. O María Teresa Mestre, la cubana que se casó con el Gran Duque de Luxemburgo.