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Mallorca vuelve a ser la isla de la calma

La Serra de Tramuntana, que en esta época estaría repleta de senderistas, se ha convertido en un remanso de tranquilidad

Mallorca vuelve a ser la isla de la calma

Playas desérticas, arenas libres de toallas, calles con apenas viandantes, algún que otro coche y una isla sin un solo turista. Así es el panorama que se respira en muchos rincones de la isla durante el confinamiento obligado por la crisis sanitaria del coronavirus, un tiempo durante el cual la isla ha recuperado la esencia de la Mallorca de antaño en la que sus calles, pueblos y rincones más emblemáticos han dejado atrás la presión turística. La crisis del coronavirus ha retornado Mallorca en la época en la que era conocida internacionalmente como la isla de la calma.

El coronavirus ha paralizado la principal industria de la isla y el motor turístico se ha puesto a ralentí. Hasta el punto que la presión turística que durante años copó titulares y debates intensos en la opinión pública ha quedado literalmente borrada del mapa por obra y gracia de la pandemia.

Este fenómeno al que Mallorca se ha visto abocada por la crisis del coronavirus, ha dado pie a curiosas estampas que ni los más mayores del lugar ya recordaban. A modo de ejemplo, estos días las aguas de la bahía del Port de Sóller presentan una instantánea insólita, cuasi idílica, hasta el punto de que los escasos viandantes que transitaban por el paseo marítimo pueden constatar cómo no hay ni una sola embarcación fondeada en sus aguas. Esta estampa se repite con más o menos frecuencia en tantos otros puertos y calas de la isla ya que el confinamiento ha paralizado el ocio y el turismo relacionados con el mar. La falta total de actividad también ha permitido que las aguas de la costa presenten un aspecto poco usual, con aguas transparentes y cristalinas a través de las cuales se puede vislumbrar el fondo marino.

Pero no solo la costa nota estos días la falta de actividad. En la Serra de Tramuntana, el turismo de senderismo ha vaciado por completo las montañas y sus caminos que serpentean sus laderas cuando en años anteriores nos encontrábamos en plena campaña de senderistas. Tan solo algunos pocos propietarios de olivares y fincas que residen habitualmente en la montaña son estos días los únicos guardianes de la Serra en la que sólo se puede escuchar el canto de los pájaros o el pastoreo de las ovejas, ajenas a la pandemia y a todos sus efectos colaterales.

Mallorca se ha paralizado, y la Serra de Tramuntana ha recobrado su ancestral tranquilidad, un hecho que se respira desde las cumbres más altas de las montañas hasta la orilla de unas playas que hoy son el reflejo de que la isla se ha parado y se ha convertido en un remanso de tranquilidad. Obligada.

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