"Mallorca estrenó el domingo una magnífica carretera" era el titular de Diario de Mallorca con motivo de la inauguración de la carretera entre Sóller y Pollença. Ya han pasado nada más y nada menos que cincuenta años desde aquel 23 de julio de 1961. La plana mayor de Obras Públicas del Gobierno y de la Diputación de Balears acudió al evento para estrenar la vía que conectaba la Serra de Tramuntana de punta a punta. El tramo entre Andratx y el valle ya estaba creado. Lluc y Pollença también estaban unidos desde la década de 1930. Pero todavía faltaba conectar Sóller, Fornalutx y Escorca a través de 17 nuevos kilómetros de asfalto sinuoso.

El éxito de la carretera fue inmediato desde la mismísima jornada inaugural. "En la ruta ya nos acompañaban no pocos coches de particulares españoles y extranjeros", aseguraba el cronista de este rotativo.

"Entonces se construyó con dos finalidades. Una era defensiva, para que toda la cara norte de Mallorca fuera accesible, sobre todo sa Calobra; y la otra era turística", explica el ingeniero de caminos Juan Manuel Pérez Ribas, conocedor del trazado.

Diario de Mallorca ha recorrido de nuevo la carretera más salvaje de la isla, ahora llamada Ma–10 y protegida casi en su totalidad por la Unesco. A través de su recorrido se puede ver buena parte del Patrimonio Mundial mallorquín. Y es que esta calzada es la más larga de la isla y una de las más turísticas y atractivas.

La ruta comienza en Sóller, en el kilómetro 51,5. En seguida la vía se estrecha y comienzan las cuestas y las curvas. Por allí pasea Maria Antònia Soler, que vive en la zona verde del valle. Camina con un cochecito de bebé por el casi inexistente arcén. "No me queda otro remedio para llevar los niños al colegio", comenta. Entiende lo arriesgado de caminar por allí y por eso pide que se mejore el vial.

Pérez Ribas asegura que "el arcén es un lujo" y recuerda que antes la tradición era hacer apartaderos para dejar pasar los coches. "Al ser una carretera con tan poco tráfico, no justifica hacer una gran obra. Tocar la montaña es muy caro", apunta el ingeniero.

Un par de kilómetros después aparece el monasterio de Santa Maria de l´Olivar. Dice su placa de bienvenida que pretende ser un espacio "contemplación y silencio". Y, efectivamente, no se oye más que el silencio. El viento estremece los árboles, olivos y pinos en su mayoría, que tapan el ruido del goteo de coches.

En seguida aparece el municipio de Fornalutx. Surgen entonces las curvas de casi 180 grados para salvar el desnivel y también llegan los primeros miradores, como el que permite ver todo el valle de los naranjos a vista de pájaro. Daniel Tirado detiene allí su vehículo para hacer un par de fotos del paisaje. Se sienta sobre uno de los pretiles y observa con calma la Serra, saboreando el paisaje. "Es mucho más impactante que la Costa Brava", dice el turista gerundense, que disfruta de una semana de relajo vacacional.

El mirador de ses Barques es la siguiente parada. Permite apreciar el puerto de Sóller en todo su esplendor. Lo conoce bien Biel Cerdà, conductor de autocares turísticos desde hace 20 años. "La excursión a sa Calobra es la más vendida", asevera este experto en el trazado. "Cuando ya has hecho la carretera tantas veces, conoces los puntos críticos. Tienes que estar atento mientras conduces, pero no hay muchos accidentes porque la velocidad es baja", explica. Además, la lentitud ayuda a que los turistas disfruten del paisaje de la Serra de Tramuntana.

Prosigue el camino, flanqueado a ambos lados por la madre naturaleza. Rocas y árboles a izquierda y derecha, alternándose con tramos tan cercanos al precipicio que el aprehensivo puede sufrir por su vida. Lo más sorprendente es que la línea discontinua impere, tanto en rectas o curvas como en cambios de rasante. "Si pintaran línea continua, los vehículos la pisarían constantemente. Si todo el mundo infringe la regla, pierde credibilidad", comenta el ingeniero de caminos Pérez Ribas.

Unos giros más tarde aparece el túnel de Monnàber, de unos 400 metros de longitud. Su interior es tan oscuro que solo se ven dos puntos de luz: por el retrovisor, el azul celeste de la entrada; y delante, el verde y marrón de la montaña.

La base militar del Puig Major es el punto con más vida a pie de carretera, pero el Ejército del Aire prefiere no socializar. "No detenerse", ordenan repetidamente los carteles de la verja.

Justo después se ve el primero de los embalses de la Serra: Cúber. Un turista con acento de la Cataluña profunda se para en el mirador y toma una fotografía. Su novia, también catalana, le pregunta si es el mar. Él le asegura que no y la chica replica: "Estas montañas tienen un aire a Montserrat".

La ruta se vuelve ahora de un verde más claro, con vegetación propia de zonas más húmedas. El Gorg Blau es el segundo de los embalses. Una abertura en la valla y unas escaleras de piedra bajan hasta el agua, en la que no está permitido el baño. El túnel del Gorg Blau está a continuación, mucho más corto que el de Monnàber y con algo de luz artificial.

Entonces se muestra delante del conductor el acueducto de Turixant, justo después del desvío a sa Calobra. La construcción es una obra de ingeniería pensada a la perfección y, gracias a eso, permanece inalterada con los años. Por allí pasean dos turistas franceses con sus hijos. "¡Es todo tan precioso!", exclama la madre, Taleb Abady. Explica que su objetivo es llegar hasta el monasterio de Lluc, pero antes el matrimonio parisino proseguirá la ruta hasta la cala. "Nos han dicho que sa Calobra es aún más bonita", asegura.

Siguiendo por la Ma-10, unos kilómetros más adelante se ve s´Entreforc, el lugar en el que nace el torrente de Pareis, de la confluencia de los torrentes del Gorg Blau y de Lluc. "Sobrecogedor", asegura una excursionista alemana. Larissa Lenz hace la ruta de la Pedra en Sec junto a su pareja. Es de las pocas en estas fechas. El calor no es muy atractivo para los caminantes, pero el lugar lo vale, afirma la pareja germana.

En este tramo del trazado las rocas escarpadas parecen engullir al conductor. Antes de llegar al mirador de sa Casa Nova, aparecen unos cuidados marges de piedra de los más tradicionales.

En ese punto y a esa altura falla la señal de todas las emisoras de radio y la cobertura de telefonía móvil es una utopía. La parte más salvaje de la Serra incomunica a sus visitantes, pero incluso allí hay civilización. Un restaurante y un chiringuito ofrecen comida y bebida a quien se atreva a pagarla.

En el kilómetro 19, llega el desvío al monasterio de Lluc. "Estamos perdidos, pero no mal comunicados", bromea Joan, camarero de uno de los restaurantes más concurridos de la zona. Él vive en Pollença, por lo que es un habitual del tramo final de la carretera de montaña. "Es una gran suerte que exista", opina de la Ma-10.

Desde Lluc y hasta Pollença la carretera es completamente diferente. Hay rectas interminables dignas de anuncio de coche y desaparecen las curvas ciegas. Incluso algunos tramos son ligeramente más anchos. El ingeniero de caminos señala que el trazado "intenta adaptarse siempre a la orografía", que es más tranquila en esa zona. "Lo más fácil es ceñirse al terreno", asevera.

Otro de los puntos de interés de la ruta son las fincas de Menut y Binifaldó, que en 1927 se convirtieron en las primeras fincas públicas de la Comunidad Autónoma. Mortitx es la siguiente, justo un kilómetro antes de entrar al municipio de Pollença, tierra de viñedos, que se ven desde el asfalto.

Antes de llegar al final hay una última construcción histórica muy cerca de la carretera: el Pont Romà, que permite cruzar el cauce seco del torrente de Sant Jordi. La rotonda de entrada al Pollença marca el kilómetro cero de la Ma-10, una de las carreteras más peculiares de la isla, pero, como señalan los turistas, una de las más bonitas.