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Llucmajor. Patrimonio

Sa Torre, pasado y presente

La possessió, emblema de la riqueza del municipio, mantiene a pesar de su nuevo uso los vestigios y el carácter que la forjaron

Capitalizó buena parte de la vasta extensión de Mallorca, siendo durante siglos el emblema de la riqueza de Llucmajor. Sus muros emanan historia, una solera que hoy comparte la clientela del hotel Hilton, multinacional que la rehabilitó y restauró para darle un nuevo uso. La reforma ha dejado intactas algunas de las huellas de su pasado. Inscripciones de mercaderes, escudos y rúbricas de la nobleza mallorquina que la habitó.

Sa Torre fue, sin duda, una de las possessions poderosas de la isla. Aparece documentada en época musulmana como alquería al-Borge, siendo uno de sus primeros titulares Jaume Desportell. Su compra en 1379 por Bernat Febrer, jurado de la ciudad y del Reino de Mallorca, propietario a su vez de la alquería de Es Teix, la convirtió en una de las fincas más distinguidas. Desde entonces, pasó por multitud de linajes; los Tornamira, la familia Net, Els Comellas... Sus últimos titulares los hermanos Villalonga Truyols la vendieron a Vicenç Grande, aunque buena parte de sus tierras ya habían sido cuarteadas al mejor postor por su padre Nicolau de Villalonga y Cotoner, al igual que la finca de son Granada.

Su dilatada historia ha sido ahora recopilada en base a documentos y testimonios de aquellos que en su juventud la transitaron en un extenso libro titulado Sa Torre, possessió de sa Marina de Llucmajor.

Sa Torre debe su nombre, a su principal elemento arquitectónico, construido como bastión defensivo frente a los ataques marítimos de piratas y corsarios. Pero las casas eran el auténtico corazón de la possessió. Su fachada, aún conservada, está formada por tres cuerpos de dos plantas. El principal corresponde a la torre gótica, cuya autoría se atribuye al maestro de obras Pere Salvà. En él se abre el portal forà, que da acceso al claustro, espacio estructurador de las dependencias. El pórtico, funcionalmente consolidado como vestíbulo, mantiene junto a sus arcos y capiteles góticos diversas inscripciones. Testimonian su uso comercial y le valió por ello el nombre de sa llongeta, aunque durante años compartió esta función con la religiosa, sobre todo a partir de 1765 cuando el obispo Rubió y Benedicto autorizó oficialmente la celebración de misas. El pequeño oratorio se situaba en la parte de la derecha, del que permanecen los restos de su pintura mural.

Cada una de sus páginas nos devuelven al pasado. A la época de los senyors y caballers de Sa Torre. Moraban en la planta noble, hoy convertida en suits y habitaciones. Junto a ellos, en la zona norte, los amos y el servicio se encargaban de la gestión directa de la finca. Las grandes bodegas, que aún conservan los tradicionales bóvedas de crucería, han sido transformadas en biblioteca, y sa Boval o Paissa, (antiguos almacenes y establos) en espacio de reuniones y banquetes.

Sa Torre fue arquitectónicamente adaptada a los usos y necesidades del momento. Y continua haciéndolo. Algunos de sus elementos perecieron pero otros, como la majestuosa capilla han perdurado en el tiempo. Se alzó por promesa del señor Marian de Villalonga, esperando el nacimiento de un heredero que no llegaba. Pero no empezó a construirse en 1866. Se adjudicó a Bartomeu Ferrà i Perelló. Fue su primer encargo religioso y para él se inspiró en la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo.

Lejos de lo que fue. Sa Torre conserva así los vestigios de otros tiempos, de otra manera de pensar y de vivir, presentes en cada rincón y estructura arquitectónica de sus construcciones, cuyo patrimonio hoy deleita al turismo más selecto.

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