No dejó indiferente a nadie. El ex financiero Mario Conde pronunció ayer el pregón de las fiestas de Caimari cargado de sentimentalismo. Quizás muchos dirían que desnudó parte de su alma. Lo cierto es que mostró su otra cara, aquella que se esconde tras los trajes de ejecutivo y los casos bancarios. Un Mario Conde campechano, enamorado de los veranos de Mallorca y de los recuerdos almacenados durante sus 37 años de veraneo y estancias temporales en la finca de Can Poleta de Pollença, que adquirió en 1982. Su familia política le llevó hasta la isla, siendo su suegro un enamorado de la vela, dijo. Tenía 25 años. "Yo que soy obediente con los que me mandan bien y muy rebelde con los que mandan mal, obedecí porque mi mujer mandaba muy bien", explicó.

A Caimari le une su estrecha amistad con Gabriel Domènech, propietario de la fábrica de galletas Quely, más conocido como el de can Guixa. "Sin ellos esta isla no sería lo mismo para mí", afirmó. Ambos sufrieron la pérdida de un ser querido. Su mujer Lourdes Arroyo, fallecida en 2007, "decía que este era su lugar sin saber bien bien por qué". Vino a Mallorca contradiciendo a los médicos, contó emocionado, "vino para despedirse". "Quiso que su espíritu se quedase para siempre en este rincón de la tierra".

Según explicó fue Domènch el que le sugirió al alcalde pedáneo, Pedro Seguí, que le invitase a ser el pregonero. Se preguntó entonces cuál sería la razón de que una persona de fuera ostentase tal honor. Y la halló. "Vi que era, entre muchas otras cosas una oportunidad para explicar en público mis relaciones con la isla" en la que "a pesar de no haber nacido aquí nunca nos hemos sentido ´forasters´".

Recitó el pregón en catalán, haciendo gala del respeto y estima que siente hacia la isla. Instó en muchas ocasiones a protegerla y a mantener su carácter. "El que no la ama y la respeta no es mallorquín", afirmó.

A lo largo de su discurso hizo llamamiento a la tolerancia, a la igualdad y a la paz. "Cuando estaba fuera volvieron a matar. Y me dolió profundamente el menosprecio que sienten por la vida de los otros seres humanos cuando asesinan y destrozan", indicó aludiendo a los últimos atentados.

Su discurso le valió un tremendo aplauso. El gentío que abarrotó la iglesia de Inmaculada Concepción para escuchar a Conde ya fuera por la atracción que ejerce la farándula del famoseo o por el aprecio a su figura ovacionaron al que fuera el símbolo del poder durante los años 80 y 90, y que por unos 30 minutos desgranó muchas de sus desconocidas experiencias en la isla.